Ya comienza el Festival...
Si bien es inevitable que el vallenato sostenga un diálogo intergeneracional con sus nuevos ritmos y contenidos, no podemos perder de vista que la Unesco llamó a proteger esta música frente a las amenazas que la siguen acechando.
Hace 50 años nació el Festival de la Leyenda Vallenata.
Surgió en medio de una tertulia de intelectuales que, al tenor de versos cantados y poemas recitados, decidieron organizar un evento en el que estuvieran los más portentosos intérpretes del acordeón.
El vallenato tenía un origen popular, con asiento en la zona rural, pero ya empezaba a merodear los grandes centros urbanos del país, donde hacían alarde otros aires musicales.
La finalidad del Festival era rendirle culto a los juglares que iban de pueblo en pueblo animando fiestas y llevando las noticias que los cantos recogían en una vereda para llevarla a la otra.
Era, en ese momento, el principal vehículo de comunicación de las comunidades de la Costa Caribe y la más auténtica manifestación del folclor regional que, por lo demás, fusionaba, como ningún otro género, las culturas que se integraron en América de la mano del encontronazo entre los colonizadores europeos, los esclavos africanos y la población aborigen que poblaba el joven continente.
Por eso, mientras los intérpretes se reunían para escoger el rey de cada año, el son, el paseo, el merengue y la puya iban ascendiendo con ahínco sobre la cultura musical del país hasta perpetuarse como uno de sus emblemas.
Hoy, el Festival es cultor de un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación y de la Humanidad, como declararon al vallenato en los años 2013 y 2015, respectivamente, el Ministerio de Cultura y la Unesco.
Lo que estas instancias hicieron fue rescatar el valor que el vallenato tiene como máxima expresión cultural del país y como legado de este para el mundo, sobreponiéndose al debate sobre el origen de la música popular que, a propósito, se ha agitado en estos días con la muerte trágica de una de las promesas de este canto.
Esta, dijeron, es una música trascendente y compleja, pero simple a la vez que se alimenta de la realidad y la cotidianidad, con estéticas artísticas y esquemas rítmicos propios.
Obviamente estaban hablando de la tradición, que no siempre tiene cabida en las emisoras.
De hecho, lo que también se propuso la Unesco fue proteger el vallenato de caja, guacharaca y acordeón, con sus expresiones más autóctonas, pues su declaración recoge la preocupación que también manifestaban ayer los investigadores y folcloristas sobre ciertas manifestaciones involutivas.
No está mal que haya fusiones con ritmos urbanos y que, en este contexto, las nuevas letras y los ritmos mantengan el diálogo intergeneracional. Pero está claro que no todo lo que se toca con acordeón es vallenato.
En tal sentido conviene recordar que con la inclusión del vallenato en la lista de salvaguarda urgente, la Unesco declaró el peligro que lo acechaba y la obligación que tiene la humanidad de protegerlo.
Si esto es así para el mundo, con mayor razón para Colombia, que hoy es reconocida en el planeta por las melodías de la Provincia de Padilla; y mucho más para el Festival que, por fortuna, medio siglo después sigue inquebrantable en su lucha por la autenticidad y la historia.
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