Una cumbre sin sorpresas
En la reciente reunión entre los presidentes Trump y Putin, ambos hicieron énfasis en negar la presunta injerencia rusa en las pasadas elecciones presidenciales de EEUU, y en la necesidad de consolidar relaciones amistosas entre las dos naciones.
Sin sorpresas terminó en Helsinki la cumbre bilateral entre los presidentes Trump y Putin. No hubo anuncios distintos a los esperados, ni se trataron temas no previstos en la agenda. Fue más bien un encuentro protocolario diseñado para las pantallas de televisión, un recordatorio de la influencia mundial que Estados Unidos sigue teniendo, y que Rusia necesita recuperar.
En las declaraciones posteriores a la reunión privada, los mandatarios, además de pronunciarse acerca de temas de cooperación económica -como el trabajo conjunto en la regulación de los precios del gas y el petróleo- hicieron énfasis en negar la presunta injerencia rusa en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas, y en la necesidad de consolidar relaciones amistosas entre las dos naciones, a pesar de las diferencias que existen en temas estratégicos, entre los cuales se destaca el conflicto en Medio Oriente.
Algunos analistas afirman que el verdadero peso que tienen estos nuevos propósitos de cordialidad se encuentra en la pretensión, que en el fondo comparten ambos gobiernos, de reafirmar sus posiciones antieuropeas.
Por un lado, Trump percibe a sus aliados del Viejo Continente como un obstáculo al liderazgo militar y económico de Estados Unidos en el planeta; y para Putin, a su vez, el orden internacional al estilo de la UE se interpone en su deseo de regresar a Rusia a los tiempos de la gloria perdida tras la desintegración soviética.
En cuanto a la manera en que se ha tomado la cumbre de Helsinki en los ámbitos locales, resulta notorio el contraste: en Rusia, donde el presidente gobierna en medio de un aparente unanimismo, prácticamente no han existido voces críticas. Lo contrario sucede en Estados Unidos, donde algunos sectores demócratas en el Congreso insisten en afirmar que las relaciones con Moscú deben llevarse a cabo con el recelo propio de quienes se saben en orillas contrarias.
De cualquier modo, la reunión de estos dos líderes deberá tomarse en serio, toda vez que, a pesar de la desconfianza que pueden suscitar sus personalidades, gran parte de lo que ocurre en el mundo depende de la manera en que decidan conducir sus relaciones.
Es por eso que, a pesar de lo predecible e insustancial que pudo parecer el encuentro, los gobiernos de Europa y China, y las fuerzas que se disputan la supremacía en Medio Oriente, han tomado atenta nota, e incorporarán sus conclusiones a sus estrategias diplomáticas futuras.
El planeta seguirá dependiendo de las voluntades, de las decisiones, de los intereses, y hasta de los caprichos de estos dos países, los mayores poseedores de armas nucleares, a pesar del tiempo, del final de la Guerra Fría, de los cambios de líderes en uno de los dos, y de la permanencia en el poder del otro.
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