El Heraldo
Editorial

Un guerrero del Carnaval

La desaparición de su hijo Kevin por poco hace desistir a Adolfo Maury de comandar su Congo Grande de Barranquilla, pero el amor a su primogénito lo impulsó, a pesar del dolor, a rendirle un homenaje, con la fe puesta en su regreso.

Un verdadero guerrero de la vida, todo un señor del Carnaval, desfila hoy en la Gran Parada de Tradición. El líder del Congo Grande de Barranquilla, Adolfo Maury, sobreponiéndose al dolor que le ha producido la desaparición de su hijo Kevin hace casi un año, volverá a recorrer la Vía 40 portando la bandera de una de las danzas más antiguas del Carnaval y ofreciendo un gesto de fortaleza ejemplar.

La historia inconclusa de Kevin, que el 8 de marzo de 2019 salió de su casa con su novia Laura sin que hoy se sepa dónde está y bajo qué condiciones, casi le pone punto a final a la misión que este guardián de la tradición preserva desde hace años y para la que nació, como él mismo relata, porque “ya en la barriga de su mamá bailaba la danza del Congo”.

Adolfo, aunque llegó a considerar el retiro, finalmente decidió de manera valiente seguir siendo el motor de los integrantes más veteranos de la centenaria danza y el maestro en valores de la tradición carnavalera de los más pequeños. Su propia batalla personal contra la ausencia de su hijo, de su heredero, la está librando este fin de semana bailando en las calles de Barranquilla, las mismas que a lo largo de toda su vida lo han visto reír y que hoy lo arropan en su tristeza, mientras él lanza gritos de guerra y canta versos sentidos que hablan de nostalgias y esperas.

La historia de Adolfo Maury es realmente inspiradora y merece ser divulgada, como hoy lo hace EL HERALDO, y compartida por todos ustedes, nuestros lectores. Una lección de resiliencia que confirma la templanza emocional de este guerrero del Carnaval y, ahora, de la vida.

Lo que está haciendo Adolfo, intentado sanar durante el Carnaval las heridas que le ha dejado a él, a su familia y a todo el Congo Grande, la desaparición de Kevin, evoca la historia de las tejedoras de Mampuján, ganadoras del Premio Nacional de Paz 2015. Otro gran ejemplo de resiliencia y, en este caso, de perdón a través de una actividad artística.

Estas mujeres fueron capaces de sanar todo su dolor tejiendo tapices en los que transformaron su sufrimiento en arte y la memoria en colores, plasmando en telas sus desgarradores recuerdos de la masacre ocurrida en el corregimiento de Mampuján, municipio de María la Baja, Bolívar, el 10 de marzo de 2000, cuando 13 personas fueron asesinadas y 1.300 más desplazadas por orden de Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena.

Estas colchas de retazos, la representación viva de su resistencia, y que son reconocidas como un instrumento de reconciliación, también le revelaron a este colectivo de mujeres que eran dueñas de una fuerza y una valentía excepcionales, como ahora lo debe estar comprendiendo Adolfo mientras baila en la Vía 40. 

Las tejedoras de Mampuján por fin tendrán el museo que tanto han reclamado para poder seguir sanando. Lo merecen, son constructoras de paz. El gobernador de Bolívar, Vicente Blel, se comprometió a edificarlo. Le tomamos la palabra. En el caso de Adolfo, nos aferramos a los milagros porque en el mundo de la esperanza que él y las tejedoras nos están enseñando, estos son posibles. E.F.

 

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