Terror en el Andino
La vileza del atentado y el dolor de las víctimas deben ser motivos suficientes para fomentar la unidad en torno a lo fundamental: la defensa de la vida, la confianza en las instituciones y el respeto por la memoria de los muertos.
El terrorismo, por definición, tiene como propósito principal desestabilizar a una sociedad a través del miedo. Es un método abominable que muchas veces cobra la vida de inocentes y que siembra dudas en los ciudadanos sobre la capacidad del Estado para garantizar su seguridad. La turbación y la desconfianza son sus objetivos, y también la incertidumbre implicada en el hecho de no saber cuándo ocurrirá el próximo estallido.
Con respecto al perverso atentado del sábado en el centro comercial Andino de Bogotá, que mató a tres mujeres y dejó heridas a otras ocho personas, las autoridades no descartan ninguna hipótesis sobre los responsables, y, según señaló el presidente Santos, dirigen sus pesquisas en tres direcciones, a pesar de que algunas organizaciones se apresuraron a condenar el ataque y a negar cualquier participación en los hechos. Evidentemente, será necesario encontrar a los culpables o que algún grupo reivindique el atentando para poder determinar sus reales alcances.
Tal vez lo más importante de conocer la identidad y los móviles de los asesinos es frenar la incertidumbre que eventualmente podrían querer sembrar fuerzas oscuras a las que no les interesa salir de las sombras; tal sería la peor de las probabilidades: un panorama de violencia sin nombres, sin caras, sin razones aparentes, que el país ya ha experimentado en algunos tristes episodios de su historia reciente, y que la justicia no estuvo en capacidad de esclarecer.
Este acto terrorista pone a prueba a los organismos de investigación, que deben dar pronto con los culpables y esclarecer sus motivos, pero también reta a la ciudadanía a demostrar su talante, a no saciar la sed de caos de los violentos, paralizando sus actividades cotidianas, lo cual implicaría la victoria del terror.
El desafío más importante que surge de la tragedia es resistir a la tentación de utilizar el dolor como bandera política. En efecto, minutos después de que se conociera la noticia, las redes sociales bulleron en toda clase de manifestaciones ideológicas y partidistas, muchas de ellas alentadas de manera lamentable por líderes electorales tratando de asegurarse algunos votos o de fortalecer posturas inamovibles.
No es el momento para radicalizar argumentos ni para profundizar polarizaciones (¿cuál lo es?); por el contrario, la vileza del ataque del Andino y el dolor de las víctimas deben ser motivos suficientes para fomentar la unidad nacional en torno a lo fundamental: la defensa de la vida, la confianza en las instituciones y el respeto profundo por la memoria de quienes han muerto.
Tal vez lo más importante de conocer la identidad y los móviles de los asesinos es frenar la incertidumbre que podrían querer sembrar fuerzas oscuras a las que no les interesa salir de las sombras.
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