El lunes pasado se produjeron dos acontecimientos de enorme trascendencia para la comprensión del que es quizá el mayor problema al que se enfrenta la humanidad: el cambio climático.

Por una parte, dos científicos estadounidenses, William Nordhaus y Paul Romer, recibieron el premio Nobel de Economía por sus formulaciones de método que permiten combinar el crecimiento a largo plazo de la economía global con el bienestar de la población del planeta.

Sus investigaciones se han centrado, muy particularmente, en cómo garantizar el desarrollo económico sin afectar el medio ambiente y evitando que se agudice el problema del calentamiento global.

Por otra parte, expertos en cambio climático de la ONU publicaron un informe de 400 páginas en el que lanzan una voz de alarma sobre lo que le espera a la humanidad si no se toman medidas drástica y urgentes contra la subida de la temperatura mundial.

De acuerdo con el documento, se requieren acciones “rápidas, de gran alcance y sin precedentes”, que pasan por un uso más racional de la tierra, de la industria, de los centros de trabajo, de las viviendas, con el fin de cumplir el objetivo del Acuerdo de París de reducir en un 45% las emisiones de dióxido de carbono de ahora al 2030.

Los expertos describen un panorama  sombrío si no se consigue limitar el aumento de la temperatura del planeta a un 1,5% para el 2030, en lugar del 2% previsto.

Pese a que hay personalidades que cuestionan, cuando no desdeñan abiertamente, los mensajes de alerta sobre el cambio climático, son cada vez más las voces autorizadas que claman por acciones inmediatas ante el riesgo de una inminente tragedia mundial.

A propósito, uno de los ganadores del Nobel, Nordhaus, arremetió contra las “políticas desastrosas de la Administración Trump”, que decidió retirarse el año pasado del Acuerdo de París sobre el cambio climático.

Ante la situación tan dramática que se nos describe, lo menos que podemos hacer es poner nuestro granito de arena para evitar la hecatombe anunciada.

¿Y qué podemos hacer? Vigilar que nuestros gobernantes cumplan sus compromisos adquiridos por Colombia en el ya citado Acuerdo de París. Aumentar nuestra exigencia al sector productivo para que se apunte a la tendencia del desarrollo sostenible, y –muy importante– contribuyendo a la lucha contra la degradación ambiental en nuestra esfera doméstica y personal. Por aquí habría que empezar.