Reflexiones de un suplicio
Se conmemora mañana la Crucifixión de Cristo, el acontecimiento capital de una religión practicada por uno de cada tres habitantes del mundo, y ello debería mover a una reflexión sobre el mundo que queremos construir.
Se conmemora mañana el que sin duda es el acontecimiento capital del cristianismo: la Crucifixión de Cristo. Más allá de las convicciones religiosas de cada cual, o de la intensidad de la devoción, o incluso de si no se profesa fe alguna, estamos ante un hecho de enorme trascendencia para toda la humanidad, si se considera que el cristianismo lo practican unas 2.400 millones de personas, o lo que es lo mismo, por uno de cada tres habitantes del planeta.
De acuerdo con los textos sagrados cristianos, y como se han encargado de destacar historiadores y teólogos, Jesús planteó el embrión de lo que sería la separación entre el Estado y los asuntos de la fe. Con su célebre frase: “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, abrió una peculiar forma de resistencia espiritual contra el Imperio Romano, que en su época dominaba buena parte del mundo conocido, incluida su natal Judea.
Las enseñanzas de Jesús –que predicaba el amor al prójimo hasta el extremo de poner la otra mejilla al agresor, que ofrecía a los desventurados el reino de los cielos y que democratizaba el sueño humano de alcanzar la gloria– se propagaron con fuerza por las posesiones romanas. Hasta el punto de que, en el año 380, se produjo el hecho sin duda paradójico de que el emperador Teodosio decidió convertir al otrora perseguido cristianismo en la religión oficial del imperio.
La Crucifixión, lejos de suponer el final de la aventura de Jesús y su puñado de seguidores, contribuyó a la expansión de su doctrina por la poderosa carga simbólica del sacrificio que se prestó a padecer con el fin de que perdurara su visión del mundo.
En un día como mañana, a la luz de la historia y el terrible calvario de esta personalidad extraordinaria, vale la pena detenerse a reflexionar sobre el mundo que estamos contribuyendo a construir y sobre nuestra relación con el resto de seres humanos.
Sin duda, es mucho más de lo que las sociedades puedan hacer para ser más justas, equilibradas y pacíficas. Falta bastante para que llegue la época en la que el lobo more con el cordero y las lanzas se conviertan en azadones, como anhelaban los profetas bíblicos.
Poniendo la mirada en nuestra atribulada Colombia, convendría que hiciéramos caso a las palabras de monseñor Pedro Emiro Salas, Arzobispo de Barranquilla, quien en entrevista con EL HERALDO propuso un “gran acuerdo nacional para poder mirarnos a los ojos”, superar la polarización reinante y lograr la esquiva reconciliación.
Muchas más cosas –en especial, el estado de salud de nuestro actual sistema de valores– merecen que se les dedique el pensamiento en ese día. Hablamos de asuntos que atañen a todos.
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