Medida solidaria
La decisión del presidente Duque de otorgar la nacionalidad a 24 mil hijos de inmigrantes es una muestra más de la generosidad que debemos seguir manteniendo los colombianos ante la crisis venezolana.
Uno de los grande retos de las sociedades modernas son los flujos migratorios, sean producto de guerras como la de Siria, de represiones políticas o de penalidades económicas,
Colombia vive en estos momentos, en primera línea, ese desafío a raíz de la ya larga crisis de Venezuela, en la que una confluencia de autocracia implacable y catastrófica gestión económica están provocando uno de los mayores éxodos de población de la historia del continente.
Un aluvión de inmigrantes de esta magnitud podría desestabilizar a más de un país y desatar sentimientos de rechazo a los recién llegados, al menos en sectores de la población que se sintieran directamente afectados en el terreno laboral por la presencia de los extranjeros. Algo así lo estamos viendo en más de un país europeo, donde el tema de la inmigración se ha convertido en plataforma para el ascenso de grupo políticos xenófobos y racistas.
En este contexto, llena de satisfacción, incluso de orgullo, observar el comportamiento que ha tenido Colombia frente a la tragedia de los hermanos venezolanos, más aún si se tiene en cuenta que nuestro país es, de lejos, el primer receptor de quienes huyen de la devastación causada por el régimen de Maduro.
La decisión del presidente Duque de otorgar la nacionalidad a 24 mil hijos de venezolanos nacidos en Colombia a partir del 19 de agosto de 2015, que estaban en riesgo de apatridia, merece, en ese sentido, ser valorada como una acertada muestra de generosidad que no hace sino reforzar la actitud solidaria que hemos mantenido desde el inicio de la crisis venezolana.
A ello hay que añadir el anuncio hecho ayer en EL HERALDO por el ministro de Salud, Juan Pablo Uribe, de que promoverá la incorporación de los inmigrantes a los sistemas de salud contributivo y subsidiado. Esto último ayudaría, de paso, a aliviar la pesada carga financiera que hoy llevan sobre sus hombros las administraciones locales por la necesidad de atender a la población llegada del vecino país.
Se trata de pasos en la buena dirección. Los colombianos guardan por fortuna en la memoria que, años atrás, el flujo migratorio era en el sentido inverso: decenas de miles de compatriotas se marchaban a buscar oportunidades en la otrora próspera Venezuela. Y están demostrando ahora que saben corresponder a aquella acogida.
No ignoramos que la presión migratoria es enorme y genera tensiones. Que entre tanta gente buena que viene se esconden además las inevitables ‘ovejas negras’. Lo importante es que sigamos actuando como hasta ahora, fortaleciendo con sensibilidad nuestra capacidad de acogida.
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