La salida de Maduro
Lo mejor que puede hacer Maduro en las actuales circunstancias es marcharse. Reconocer que su pretendida revolución es una catástrofe. Y evitar reacciones temerarias que puedan conducir a una tragedia aun mayor.
Venezuela entró ayer en una nueva e incierta fase de su larga crisis institucional con la autoproclamación del presidente de la Asamblea nacional, Juan Guaidó, como presidente interino del país, en una jornada de multitudinarias manifestaciones contra el régimen de Nicolás Maduro.
Resulta imposible predecir qué sucederá a continuación tras este paso sin duda extraordinario. Los fieles del chavismo han anunciado que no permitirán el desafío de Guaidó. A su vez, el presidente de EEUU, Donald Trump, lo reconoció de inmediato como mandatario y amenazó con represalias a Maduro si responde con violencia contra sus opositores.
Colombia y el Grupo de Lima, con la notable excepción de México, no tardaron en sumarse a Washington en el respaldo a Guaidó, lo que sin duda ha sido posible tras los cambios políticos que se han operado en el hemisferio.
En estas horas de extrema confusión en el país hermano, lo primero que cabe desear es que los venezolanos conserven la serenidad y eviten que los ánimos se desborden. Somos conscientes de la gravedad de la situación, pero cualquier escenario es susceptible de empeorar cuando los demonios se desatan.
No entraremos en esta nota en disquisiciones jurídicas sobre el acto de Guaidó. Eso compete a los expertos. En este editorial de urgencia, hecho al calor de los acontecimientos, lo que podemos afirmar es que solo hay un responsable de que las cosas hayan llegado hasta este dramático punto, y no es otro que Maduro.
Un autócrata al que le importa un comino que millones de compatriotas se hayan visto forzados a abandonar el país por la asfixia económica y política. Un tramposo que en 2016, cuando la oposición ganó sorpresivamente la mayoría en la Asamblea Nacional, no vaciló en convocar una Constituyente para dejar a aquella como un cascarón vacío de funciones.
Que un personaje como Trump haya expresado su respaldo a Guaidó seguramente dejará a muchos un mal sabor de boca. Sin embargo, sería un error que invocaran ese polémico apoyo para desviar el debate de su foco principal: la enorme responsabilidad de Maduro en que las cosas hayan llegado al límite en un país que, pese a sus contradicciones, funcionaba. Un país al que cientos de miles de colombianos se marchaban décadas atrás en busca de un futuro promisorio.
En estas circunstancias, lo mejor que puede hacer Maduro es marcharse. Reconocer que su pretendida revolución ha sido un catastrófico fracaso. Y, lo más importante, evitar reacciones temerarias que puedan conducir a una tragedia mayor. Serán los venezolanos con altura de miras (aunque suene descabellado, quizá los haya incluso dentro del chavismo, como los hubo en el franquismo, que participaron en la Transición española) quienes decidan qué hacer a continuación.
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