En estos tiempos viscosos en los que las mentiras circulan libremente por Internet, los países democráticos han comenzado a diseñar estrategias para protegerse contra la desestabilización que el uso perverso de las nuevas tecnologías podría provocar en sus sociedades.
Las miradas se dirigen primordialmente a Rusia, país que habría interferido en las elecciones presidenciales que dieron la victoria a Donald Trump y en la crisis catalana que a punto estuvo de provocar la ruptura territorial de España.
Pero un hecho reciente viene a demostrar que la mentira y la manipulación no necesariamente nacen y se reproducen en el fértil terreno de las redes sociales, sino que pueden tener su origen en el confortable despecho de una respetable institución internacional. Y los causantes de la intoxicación masiva de falsedades pueden ser no unos siniestros agentes secretos eslavos, sino unos burócratas encargados de procesar datos rutinarios como la riqueza de los países o sus inversiones en servicios básicos.
Nos referimos a lo sucedido con el Banco Mundial (BM), que ha admitido haber manipulado entre 2006 y 2010 uno de sus principales barómetros –el ‘Doing Business’– con el objetivo de perjudicar al entonces Gobierno de la socialista Michelle Bachelet y favorecer a su sucesor, el derechista Sebastián Piñera.
El sábado pasado, el economista jefe del BM, Paul Romer, reconoció que la institución modificó de manera “engañosa” y por “motivaciones políticas” la metodología del informe, lo que afectó la posición de Chile en los ránkings de competitividad empresarial.
Esta información fue utilizada por la candidatura de Piñera para desacreditar la gestión de Bachelet y contribuyó a allananarle el camino a la victoria electoral. Hay que decir que, cuatro años más tarde, en 2014, la socialista recuperó la presidencia de la República. Y que, Piñera volvió al poder desde comienzos de 2018.
Todo parece indicar que, en el caso que nos ocupa, la manipulación la realizó el funcionario del BM responsable de la elaboración del ránking, quien, por lo visto, sentía poco aprecio por Bachelet.
Más allá de si, en efecto, se trató de un hecho aislado, resulta cuanto menos preocupante que semejante manipulación se haya prolongado durante años sin que hubiesen saltado las alarmas. No le falta razón a Bachelet cuando afirma que lo sucedido “daña la credibilidad de una institución que debe contar con la confianza de la comunidad internacional”. Lo positivo: el Banco reconoció la mentira. Lo cual no es poca cosa en estos tiempos.
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