Desde hace seis años se celebra el 21 de marzo el Día Mundial del Síndrome de Down, que la Organización de Naciones Unidas instituyó para llamar la atención sobre un colectivo humano que hasta hace muy poco tiempo parecía condenado, en Colombia y en buena parte del mundo, al ostracismo social.

Por fortuna, la situación está cambiando en diversos países, de modo que las personas con el síndrome encuentran más posibilidades de inclusión en las comunidades de las que forman parte. Hoy existen –en unas sociedades más que en otras– políticas activas para fomentar la contratación laboral de personas con Down o para que estos encuentren cupos asegurados en centros académicos  de todos los niveles.

También se ha avanzado mucho –de nuevo hay que apostillar que en unas sociedades más que en otras– en lo que respecta a la legislación sobre el síndrome y la protección social de las personas que lo presentan.

Sin embargo, queda  todavía mucho por hacer –en gran parte del planeta y, muy en particular, en Colombia– para que este colectivo tenga una integración plena y natural en la sociedad.

Los sistemas educativos, por ejemplo, aún   carecen de recursos suficientes para atender con toda dedicación a personas con  determinados tipos de discapacidad, de modo que se puedan desarrollar en un entorno normalizado y prepararse así para participar de la manera más natural en eso que llamamos el ‘mundo real’. Hemos visto casos admirables de muchachos y muchachas con síndrome de Down que logran labrarse una carrera académica, política o empresarial gracias, precisamente, a que  han tenido la posibilidad de formarse en un ámbito amigable e incluyente.

Es cierto que el síndrome de Down presenta distintos grados  de afectación que, en ocasiones, pueden exigir un mayor esfuerzo en el aprendizaje. Pero el deber de una sociedad es desplegar los recursos necesarios para   lograr la integración de todos los ciudadanos. 

De acuerdo con los datos de la ONU, la incidencia del síndrome de Down es de una de cada 1.000 personas. En contra de lo que la cultura popular creyó durante siglos, no se trata de una enfermedad, sino de una alteración genética, producto de una combinación cromosómica.

Muchos se ha avanzado, sin duda, desde los tiempos en que las personas con Down eran escondidas por sus familiares de los ojos de la sociedad. Hoy existe una aproximación que podríamos calificar de natural hacia este colectivo, lo cual sin duda nos hace mejores a todos como comunidad.

Pero hay que seguir trabajando. Porque es mucho lo que falta por hacer para que las personas con Down y sus familias se sientan plenamente arropadas y apoyadas por todos. No es un asunto de compasión, sino de justicia.

Los sistemas educativos, por ejemplo, aún carecen de recursos suficientes para atender con total dedicación a personas con distintos grados de discapacidad.