Viajar al universo inédito
Las sofisticadas y nítidas imágenes capturadas por el telescopio espacial James Webb, el más potente y sensible jamás lanzado al espacio, han sorprendido al mundo y a la comunidad científica. Su misión, que apenas comienza, cambiará para siempre la compresión del universo.
Nunca antes, y no es otra frase de cajón, los seres humanos habíamos logrado apreciar lugares tan recónditos del universo primitivo con el nivel de detalle alcanzado por el telescopio James Webb, el observatorio espacial más potente y avanzado jamás construido por la humanidad. Sus primeras imágenes absolutamente nítidas que difuminan la delgada línea entre la ciencia y el arte, acercándonos al reino de lo impensable no solo han sobrecogido a millones de espectadores en todo el mundo, también han impactado a la comunidad científica rendida, como rara vez sucede, ante el sinfín de posibilidades que tienen desde ya a su alcance para seguir reconstruyendo la historia del origen de todo lo conocido hasta ahora, incluso para explorar la potencial existencia de mundos habitables. Siendo optimistas, se podría decir que cada vez estamos más próximos a responder dos preguntas esenciales que desde tiempos inmemoriales se ha formulado el hombre: ¿De dónde venimos? ¿Estamos solos en el universo?.
Desde las áreas en las que se forman las estrellas conocidas como los “viveros estelares” o la atmósfera en la que se mezclan agua, nubes y bruma en un exoplaneta gaseoso en una constelación llamada Phoenix, cada retrato espacial capturado por los extraordinarios lentes del telescopio se convierte en un nuevo descubrimiento que, sin duda, cambiará nuestra forma de ver y, sobre todo, de comprender el inabarcable cosmos. Todos estos objetos celestes, al igual que un conjunto de cinco galaxias que chocan todo el tiempo a 290 millones de años luz de distancia de la Tierra, o la agonizante estrella que ha emitido durante miles de años gas y polvo, confirman que “estamos ante el amanecer de una nueva era en la astronomía”, como dijo con gran acierto uno de los científicos del equipo de la Nasa, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA) que lideró esta proeza.
Llegar hasta este punto en el que nos sentimos deslumbrados por los destellos de luz o las ráfagas de colores de las galaxias captadas por el James Webb, mientras va revelando poco a poco los secretos mejor guardados del cosmos, no ha sido rápido ni sencillo. Hace 30 años se dio inicio a la misión que requirió incontables horas de investigación y trabajo de astrofísicos, ingenieros, astrónomos y técnicos, entre otras mentes brillantes, que nunca desistieron de su descomunal propósito de escrutar el universo oculto, pese a las enormes dificultades que fueron dilatando el ambicioso proyecto. Al final, se necesitaron 10 mil millones de dólares para materializar esta joya de la ingeniería humana: un telescopio de última generación compuesto por un parasol del tamaño de una cancha de tenis y un gran espejo de 18 fragmentos hexagonales bañados en oro que finalmente comenzó su odisea el pasado 25 de diciembre tras ser lanzado al espacio.
El asombroso resultado de esta “obra maestra de la colaboración internacional” que funciona como una máquina del tiempo capaz de reproducir la foto instantánea de un pasado de miles de millones de años atrás habla por sí solo. Y este es apenas el principio de lo que será una danza cósmica sin precedentes que permitirá a los científicos estudiar a fondo revolucionarias perspectivas del cosmos o plantearse inquietudes que aún ni siquiera saben cómo formular. El mítico Hubble abrió el camino, pero James Webb –un instrumento prodigioso cien veces más sensible que su predecesor y con una vida útil estimada en 20 años– nos ratificará lo que tantas veces señaló el popular astrónomo Carl Sagan acerca de que “en algún sitio algo increíble está esperando a ser conocido”. Así que, sin más preámbulos, preparémonos para transportarnos en un viaje sin precedentes por los confines del universo.
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