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El Editorial | Por Dios, ¿hasta cuándo?

Los profesionales de la salud no son los enemigos a vencer, son los grandes aliados en este desafío en el que todos deben, con la moral alta, combatir la frustración y la incredulidad.

Cuánta impotencia y tristeza produce ver llorar, corona fúnebre en mano, al médico José Julián Buelvas Díaz, el intensivista de Barranquilla, símbolo de la ignominia que enfrenta, injustamente, el personal médico de Colombia, encajado hoy en el ojo del huracán por cuenta de esta inédita crisis sanitaria desatada por el coronavirus.

Duele reconocer que es la irracionalidad de los violentos y cobardes, que los amenazan y agreden; y no el avance del virus, la que empuja a estos profesionales de la salud, competentes y comprometidos, esforzados y sacrificados, a dar un paso al costado en su lucha diaria para salvar vidas. 

Lo que le ocurrió al doctor Buelvas lastima, pero no sorprende. Las amenazas contra su vida y su familia aparecen como la punta del iceberg de una situación cada vez más extendida e insostenible, que reclamaba la atención nacional por su extrema seriedad. 

Hace rato que estas agresiones, amenazas y ataques habían dejado de ser hechos aislados o anecdóticos, para convertirse en el día a día del personal sanitario en Barranquilla, el Atlántico y otras zonas del territorio nacional. Ya era hora de que el presidente Iván Duque; el ministro de Salud, Fernando Ruiz y el Fiscal Barbosa, entre otros, cerraran filas en torno a tantos profesionales de la salud, víctimas de mezquinas ofensas e injurias, que están impactado sus vidas y poniendo en riesgo a la misión médica.

Hoy, este espacio, llama una vez más a la reflexión individual y colectiva insistiendo, como se hizo el pasado 1 de junio, en que esta infame campaña de desprestigio contra el personal de salud debe cesar por completo. Es inenarrable la maledicencia de quienes ahora arrinconan a los médicos y enfermeras, y los persiguen, como si se tratara de delincuentes o criminales, por los pasillos de clínicas y hospitales, para grabarlos con sus teléfonos móviles, lanzándoles todo tipo de acusaciones, para luego presentarlos, en redes sociales, como los responsables de sus tragedias familiares.

Es irónico, por decir lo menos, que la pandemia contra la que luchan, en un descomunal esfuerzo para salvar vidas, exponiendo las suyas, pase factura a estos profesionales, que se encuentran acorralados y vilipendiados por quienes antes valoraban y agradecían su trabajo. 

¿En cabeza de quién cabe que los llamados héroes silenciosos de esta pandemia, aquí y en Cafarnaúm, tengan que renunciar a portar su uniforme para evitar ser objeto de una acción criminal en su contra, como se lo recomendaron al doctor Buelvas y a sus compañeros en el hospital Adela de Char de Soledad?

Es indignante que tengan que hacerlo, como también es vergonzoso que, ahora deban ir a trabajar escoltados por la Policía porque no cuentan con las garantías para ejercer su labor. Arriesgar la vida para salvar las de los otros. ¡Qué lamentable paradoja a la que hoy se enfrentan nuestros profesionales de la salud!.

Por Dios, ¿hasta cuándo?, con voz entrecortada, se preguntaba, en su video denuncia, el médico Buelvas, bajando la mirada, a punto de derrumbarse, dolido, desvalido y vulnerable. Su loable misión no es deshonra, doctor. Aquí los únicos que ultrajan, en medio de esta crisis que exige máxima responsabilidad y equilibrio, son quienes siguen encendiendo las redes sociales con sus infamias y mentiras, alimentando la detestable estigmatización, que como una espiral de agravios que no encuentra techo, conduce a tantas personas, presas del miedo y la ignorancia, el dolor y la desesperación, a poner en tela de juicio las decisiones del personal sanitario. 

Por Dios, ¿hasta cuándo las voces que le apuestan a desorientar a la gente enfrentada a la muerte en esta pandemia, hasta cuándo la falsedad como arma arrojadiza para hacer daño a los demás? Cada ciudadano debe hacer un esfuerzo adicional para entender la hora tan difícil que se enfrenta y que demanda temple, coraje y mucha sangre fría. Los profesionales de la salud no son los enemigos a vencer, son los grandes aliados en este desafío en el que todos deben, con la moral alta, combatir la frustración y la incredulidad. Que la aflicción, que golpea hoy con tanta vehemencia, no lleve a nadie a perder la cordura.

 

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