El Editorial | Justicia climática ante el desastre
Cuenta regresiva para la crucial Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, en la que se redefinirá la hoja de ruta para hacer frente al calentamiento global –provocado por el hombre– que amenaza a la humanidad. Actuar de manera inmediata es un asunto de justicia climática.
En la medida en que se acerca la decisiva Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26), a celebrarse en Glasgow, Reino Unido, entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre, se intensifican los llamados a los líderes mundiales para que adopten decisiones valientes e inmediatas que respondan a un nuevo orden de justicia climática global. En esta oportunidad, más de 230 revistas científicas y publicaciones biomédicas redactaron un editorial conjunto en el que expresan su enorme preocupación por la gravedad de la emergencia climática, frente a la que reclaman intervenciones efectivas, acordes con su magnitud, para acelerar cambios que reduzcan, cuanto antes, los devastadores efectos del calentamiento global, provocado por la frenética actividad humana. Para contener la catástrofe, el mensaje no contempla opciones distintas a disminuir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero y a mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 grados centígrados. Queda claro que no hay opción ni plan B que valga ante la ruinosa realidad de un planeta moribundo que a diario ofrece alarmantes señales de su agonía.
Otro aspecto clave en el que el editorial quiere incidir es en el factor tiempo, al advertir que el margen para actuar es cada vez más escaso. 2021, o lo que resta de él, aparece como una fecha límite para cambiar de rumbo antes de que las consecuencias sean absolutamente irreversibles. Sin un verdadero compromiso colectivo, apenas se alcanzarán resultados parciales o victorias pírricas que, pese a su sentido correcto, no serán suficientes para revertir el peligro que amenaza la salud pública mundial. No actuar justo ahora, aseguran los científicos y ambientalistas, pasará una factura impagable en el bienestar de personas de todas las edades, agravando sus condiciones sanitarias y haciéndolas más propensas a enfermedades. Además, la inacción de quienes se atrincheran en su propio negacionismo climático o egoísmo ambiental, para proteger sus intereses particulares, acrecentará la pobreza, disparará aún más los fenómenos migratorios y alimentará nuevas tensiones entre las naciones, sobre todo en las más pobres, las menos responsables de esta crisis. Hay que reaccionar con rapidez, por tanto, para restablecer el equilibrio en una lucha desigual por la justicia climática en la que se ha perdido el rumbo de las prioridades.
Evidentemente, las alteraciones climáticas se deben enfrentar con la misma determinación demostrada ante la pandemia, que movilizó una financiación sin precedentes de los gobiernos de los países más ricos. Transformar sociedades y economías, rediseñando ciudades, sistemas de transporte, de salud e incluso financieros, así como la producción y distribución de los alimentos no solo cuesta muchísimo dinero, sino que requiere una descomunal voluntad política de la dirigencia mundial que, hasta ahora, no ha sido coherente con la severidad de la crisis ambiental. A las naciones con más recursos, que no escapan del devastador impacto de los fenómenos meteorológicos extremos, les corresponde redoblar esfuerzos para invertir en el fortalecimiento de la adaptación y resistencia climáticas de los territorios más vulnerables, un costo que podría llegar a USD300 mil millones al año, en 2030. No hacerlo pondrá en riesgo un número incalculable de vidas y medios de subsistencia. No obstante, el deber ético de hacer mucho más para atajar esta tragedia recae sobre todos los gobiernos del mundo, de tal manera que dependerá de la unidad, solidaridad y cooperación mutua concertar medidas concretas, con plazos perentorios, que limiten los efectos del cambio climático.
Por si aún hacía falta, en la antesala de la cumbre, este llamado de las publicaciones científicas, que se suma al revelador informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), reitera la urgencia de una crisis indiscutible que amenaza a la humanidad. Los líderes mundiales no solo lo saben, la padecen en cada nueva tragedia que sacude a su gente. No pueden esperar más para actuar, pasando de promesas o palabras bonitas a hechos reales que frenen el calentamiento global y aseguren la protección de los habitantes de países sin acceso a la financiación climática. Una vez más, el futuro es ahora.
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