El Editorial | Equidad generacional para los jóvenes
Los jóvenes en Colombia no ven un futuro esperanzador. Su falta de expectativas debe orientar la búsqueda de soluciones a sus necesidades más apremiantes asegurando la garantía de sus derechos para evitar más frustración.
Conviene preguntarnos cuál es el legado económico que dejaremos a las nuevas generaciones en Colombia que encaran con incertidumbre su futuro debido a una sucesión de crisis que les genera inestabilidad permanente. El malestar social expresado por la juventud durante las protestas revela una brecha generacional en el acceso a empleo digno, educación de calidad, derecho a la vivienda o a la obtención de los beneficios del sistema de seguridad social. Asuntos decisivos entre quienes conforman la llamada generación Z, jóvenes entre 15 y 24 años, que se encuentran definiendo su proyecto de vida. Los mismos que hoy reclaman en las calles atención con enfoque diferencial a sus demandas.
Luego de España e Italia, Colombia, con un 27,5 %, registra una de las mayores tasas de desempleo juvenil de los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), doblando además el de los mayores de 25 años. La alarmante problemática de inclusión laboral que se repite, con mayor o menor incidencia en naciones de todo el mundo, tiene su origen –a juicio de los expertos– en un desajuste o desconexión entre el modelo educativo y los requerimientos del mercado laboral que en la mayoría de los casos somete a los jóvenes a exigentes pruebas para incorporarlos, sobre todo a su primer empleo. Una fuerza de trabajo a la que le dificultan integrarse, bien sea por falta de competencias, habilidades o experiencia, a un sistema que según la propia Ocde se ha encargado de menguar su participación en los últimos años.
Los efectos de la pandemia en nuestro país recrudecieron esta compleja realidad que retrocedió una década en avance de empleo y provocó una afectación considerable entre los jóvenes, especialmente en mujeres entre 14 a 28 años. Quienes enfrentan las consecuencias de esta triple crisis, sanitaria, económica y social, sobreviven como pueden, algunos con la ayuda de sus padres, otros encadenando contratos temporales con baja remuneración o dedicándose a actividades informales sin ingresos fijos ni seguridad laboral. Por no hablar de quienes no pudieron seguir estudiando o de aquellos que aún lo hacen con enormes dificultades, pero no tienen la certeza de que conseguirán trabajo. Todo lo anterior imposibilita sus planes de emancipación y desencadena sentimientos de rabia, desconfianza e impotencia que, a la larga, impactan su salud mental.
Nadie puede creer que los jóvenes colombianos afrontarán sus vidas como lo hicieron las generaciones que los antecedieron. Las sociedades nunca se detienen. Por el contrario, avanzan adaptándose a nuevos modelos que den cabida a las expectativas e intereses de sus jóvenes para evitar lastrar sus legítimas aspiraciones de crecer, aportar o ser parte de un cambio en el que obtengan oportunidades reales. Un ascensor social al que ninguno de ellos debería verse obligado a renunciar en el momento en que están llamados a progresar.
En medio de esta desafiante coyuntura, el Gobierno nacional y también los territoriales son quienes deben liderar, con responsabilidad y ante todo solidaridad, la construcción de la equidad generacional que reclaman los jóvenes más vulnerables para atajar el impredecible riesgo de una mayor desigualdad que termine por arrebatarles sus derechos dejándolos excluidos por completo. El resto de la sociedad, entre otros, los sectores productivos y académicos, tiene que comprometerse con una juventud que no divisa un futuro prometedor. Si le damos la espalda, jamás podrá encajar como merece e iremos acumulando más frustración y desesperanza. Está claro que será necesario realizar un esfuerzo descomunal en todo sentido, pero nadie debe dudar que esta es una apuesta segura.
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