Editorial

El cambio climático nos está matando

Arranca otra cumbre global del clima, esta vez en Egipto. Pese a la evidencia de una emergencia que se agrava, sus expectativas son limitadas por la actual crisis energética Aun así, puede ser el espacio ideal que el presidente Petro, quien acaba de sancionar Escazú, necesita para potenciar su lucha por la selva amazónica.

La climática es una emergencia descomunal que se recrudece sin remedio y frente a la cual, la humanidad y, sobre todo, sus máximos líderes y responsables políticos, siguen impúdicamente mirando hacia otro lado sin hacer lo que les corresponde ni cumplir con lo prometido. Como no existe peor ciego que aquel que no quiere ver, las alertas que envía un planeta en agonía son cada vez más devastadoras. Se debería entender de una vez por todas que no solo se trata de inundaciones o sequías catastróficas, incendios forestales y temperaturas anormalmente elevadas y persistentes en distantes lugares de la Tierra, lo cual confirma que afrontamos una situación extremadamente crítica. El calentamiento global también aparece detrás del dramático incremento de las enfermedades cardiovasculares y respiratorias, de mayores incidencias de cáncer y trastornos mentales y de una preocupante malnutrición e inseguridad alimentaria.

A nadie le puede extrañar, en consecuencia, que más de un millón de personas expuestas a contaminación atmosférica murieran en 2020, como indicó The Lancet Countdown, un nuevo estudio de científicos internacionales que no deja dudas sobre la necesidad de actuar lo antes posible. Queda claro que esta crisis directamente relacionada con la “persistente adicción a los combustibles fósiles” representa una amenaza a la salud y la supervivencia humana. Dicho de una forma más cruda, pero no menos real, el aumento de muertes asociadas a las emisiones de gases de efecto invernadero superará el 75 % en los países más pobres y con menor capacidad de respuesta y adaptación a las adversas y, hasta ahora imparables, consecuencias del cambio climático. 

Ciudades costeras, calurosas y con un alto nivel de inequidad se verán seriamente golpeadas. Para Barranquilla, por ejemplo, el PNUD y la organización multidisciplinaria Climate Impact Lab proyectan que su tasa de mortalidad aumente a 37 por cada 100 mil habitantes en 2100, por la subida de su temperatura promedio. Esto es cinco veces más que el actual índice anual de mortalidad por cáncer de seno en Colombia. Escenario desalentador que exige un plan de acción urgente desde el ámbito local para intentar modificar su alcance, pero este no cambiará radicalmente si no se acompaña de medidas mucho más generales. Frente a la ocurrencia de fenómenos climáticos extremos, la adaptación, además de la mitigación, debe estar en el centro de una respuesta global que haga posible dar un imprescindible timonazo para avanzar en el camino correcto. Las prioridades son evidentes. 

Con el imperativo moral de establecer plazos realistas y estrictos para que esta crisis no descarrile aún más, se celebra en Egipto la vigésimo séptima cumbre del clima de Naciones Unidas. Al margen de la falta de resultados concretos durante sus últimas reuniones, en particular por la financiación de lo pactado, la COP27 puede convertirse en la tribuna que el presidente Gustavo Petro necesita para potenciar la defensa de la Amazonía que anticipó en su desafiante discurso ante la Asamblea General de la ONU. Esta es una incuestionable lucha que merece nuevos y determinantes aliados para elevar su debate político y asegurar una hoja de ruta posible, ojalá con acuerdos efectivos que avalen la creación del fondo internacional propuesto por el mandatario que empieza a ser reconocido como uno de los líderes globales llamados a desbloquear estos procesos o a desarrollar innovadores modelos para financiarlos. 

Sin embargo, el momento es contradictorio. Por lo que hará falta pragmatismo. En vez de aprobar nuevas medidas, difíciles de suscribir por las presiones de la actual crisis económica, energética y de materias primas, derivada de la invasión de Rusia a Ucrania, debería buscarse el cumplimiento de lo ya acordado. Garantizar que las naciones con más ingresos, generalmente las más contaminantes, desembolsen los recursos comprometidos para la adaptación climática de las más vulnerables o configurar un fondo para financiar sus pérdidas o daños son mecanismos, no solo para asegurar la protección de quienes soportan el mayor costo de esta emergencia. También son acciones cruciales para evitar que este encuentro pase sin pena ni gloria en un tiempo difícil en el que los riesgos se aceleran. Así que más realidades y menos cinismo o hipocresía, como lo dijo el propio Petro en Nueva York, al calificar los esfuerzos globales contra la crisis climática. Con este horizonte tan sombrío, no hay más tiempo que perder. 

 

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