Editorial

El año de la recuperación

2022 tiene que ser el año en el que definitivamente, tras alcanzar una cobertura amplia de la vacunación, aprendamos a convivir con el virus. Pese a las actuales turbulencias, la meta en el nuevo año debe focalizarse en lograr un equilibrio entre la salud pública y el crecimiento económico. 

2021 termina como empezó: ¡con la preocupación por la expansión del virus! Al cierre de este año, quienes han sobrevivido a la enfermedad, se han vacunado y recibido el refuerzo se preguntan si se reinfectarán o contraerán la nueva variante en 2022. Dos años después del inicio de esta crisis de salud global, el tsunami de casos por ómicron está llevando a los más escépticos a creer que la humanidad no ha avanzado lo suficiente para superar la que parece una amenaza interminable. Aunque el actual momento exige permanecer alerta, sería totalmente injusto dejar que el pesimismo nuble nuestra perspectiva de futuro. 

Cómo desconocer que la vacunación ha salvado un número incalculable de vidas. Basta señalar que en Colombia 28 millones de ciudadanos completaron ya su esquema de inmunización, mientras que en Barranquilla más de 900 mil mayores de 12 años, el 71 % de la población priorizada, también lo hizo. Enorme movilización de recursos y sobre todo de voluntades durante los últimos 10 meses. Solo imaginemos qué habría ocurrido si la ciencia no hubiera desarrollado, con gran acierto y en tiempo récord, las vacunas contra el virus. Con seguridad, hoy no estaríamos lamentando la muerte de más de 5 millones 400 mil personas en el mundo, sino de muchísimas más. 

Queda aún el reto no menor de acelerar la aplicación del refuerzo que aumenta la protección frente a la transmisible ómicron hasta en un 90 %. Todavía faltan 7 millones de mayores de 50 años por acceder a esta dosis en el país. ¿Qué esperan para hacerlo? Está en nuestras manos reforzar el autocuidado y acudir a la vacunación para no sucumbir ante la variante que, valga señalar, no será la última. Pese a la fatiga pandémica, toca ser realistas y aprender a lidiar con la situación para llevar una vida lo más normal posible, adaptándose y asumiendo con responsabilidad y coherencia lo que corresponde. Apostemos por más y mejor sentido común en el nuevo año. 

Claro que se vale estar agotados o frustrados por esta pesadilla sin fin, pero también conviene hacer un esfuerzo para ver el vaso medio lleno, ahora que 2022 está aquí. Sobre todo porque, a diferencia de lo sucedido en el infausto 2020, el año que se va nos deja un poco mejor. La economía colombiana volvió a crecer, se sitúa por detrás de Chile en la región, y terminaría en 9,7 %. Es cierto que el dólar y la inflación se mantienen al alza, pero atrás quedaron los confinamientos que destruyeron millones de empleos y dispararon la pobreza por encima del 42,5 %. Reducir este lastre, así como la inequidad y la violencia son tareas imprescindibles para encarar el malestar social de quienes reclaman condiciones dignas de vida. 

En Barranquilla y municipios del Atlántico, donde la reactivación comenzó antes que en el resto del país, el desempleo sigue cediendo. Ya van 225 mil puestos de trabajo recuperados, en especial en el sector del comercio; la economía crece a buen ritmo y aumentan tanto la inversión extranjera como el turismo. Focalizar esfuerzos para crear empleo de calidad, reducir la informalidad e integrar a la población migrante a las actividades productivas se convierte en un inamovible para combatir la pobreza de quienes afrontan situación de vulnerabilidad. Urge avanzar en iniciativas diseñadas para salirle al paso a estos retos, como el Banco para la Gente de la Gobernación, o la formación y reubicación de cerca de 5 mil vendedores estacionarios del Centro de Barranquilla, a cargo del Distrito. 

Sin duda, persisten válidos interrogantes e incertidumbres frente a 2022, y no solo por su particularidad de ser un año electoral de enorme agitación política; muchos de los retos más desafiantes relacionados con el devenir de la economía, la contención de la inseguridad o el abordaje de las urgencias climáticas siguen ahí invariables, esperando ser resueltos con el liderazgo de los sectores público y privado en articulación con una ciudadanía activa y comprometida con su porvenir. Saber decidir será fundamental para construir un futuro posible en el que todos quepamos y no se enconen aún más las exclusiones o las diferencias. 

Los tiempos difíciles aún no han pasado. Los estragos de la pandemia profundizaron la desconfianza y la división en la población, pero quienes insisten en distanciarnos o vendernos la idea de una catástrofe general deberían entender que los problemas no se resolverán por sí solos ni tampoco lo podrán hacer unos cuantos. Superar los desafíos socioeconómicos y hasta emocionales que enfrentamos requiere unidad, determinación y solidaridad para hacer de 2022 el año de la verdadera recuperación, en el que nuestra esperanza –una vez más– se pondrá a prueba. 

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