El Heraldo
Editorial

Deuda con la democracia

Trece concejales se han aliado para conformar una nueva mayoría y dar un “mayor dinamismo” al Cabildo. Si el propósito es sincero, bienvenido sea. La ciudad merece un cuerpo legislativo a la altura de los tiempos.

De repente, una caja de truenos se ha abierto en el Concejo de Barranquilla, un sitio habitualmente apacible que se caracteriza por aprobar por unanimidad y sin mayor debate la práctica totalidad de los proyectos que le remite la Alcaldía.

Trece concejales decidieron constituirse en mayoría y, el viernes, eligieron la nueva mesa directiva de la Corporación. Los siete cabildantes restantes, que hasta ahora han conformado el núcleo de poder, rehusaron acudir a dicha sesión y anunciaron medidas para revertir la elección.

Los integrantes de la nueva mayoría explican que la razón de su alianza es dar “un mayor dinamismo” al Cabildo y promover el debate sobre temas de interés ciudadano. La pregunta que salta de inmediato a la mente es: ¿Por qué ahora? ¿Por qué desde la instalación del actual Concejo, hace casi dos años, a nadie le había preocupado la falta de vitalidad democrática de la institución?

Ahora bien, si el propósito de enmienda es sincero, bienvenido sea. Es obvio que el Concejo podría ser un lugar mucho más  vivo de lo que es hoy. Ello no significa necesariamente adoptar una actitud hostil frente a las iniciativas que le llegan del Gobierno distrital. Si los concejales están genuinamente convencidos de que los proyectos son beneficiosos para la ciudad, es apenas natural que los apoyen, más allá del color ideológico o el interés partidista de cada cual.

Una buena sintonía entre el poder legislativo y el ejecutivo no es en sí misma reprochable. Más aun, en determinadas coyunturas puede resultar de utilidad para la marcha de un ciudad o país. Pero lo mínimo que cabe esperar de un órgano legislativo es que, en sus sesiones –ya sean de debate de proyectos o de control al Gobierno–, plantee y ayude a despejar todos los interrogantes que puedan interesar a la sociedad acerca de las decisiones que se toman desde el poder.

En otras palabras, la función más primaria que se espera de un Concejo es la pedagógica: que los ciudadanos puedan entender con nitidez el impacto que la acción de gobierno tiene en sus vidas cotidianas.

Si los movimientos que sacuden estos días a la Corporación van en ese sentido, algo se habrá avanzado. Desafortunadamente, también hay motivos para pensar que podrían obedecer a  maniobras tácticas relacionadas son con las próximas elecciones al Congreso.

Habrá, pues, que esperar un tiempo prudencial para evaluar con fundamento esta etapa supuestamente novedosa en que entra el Concejo. De momento, la imagen que este transmite es la de un cuerpo indolente que no está a la altura de su deber con la democracia.

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