Debate inaplazable
El transporte público en Barranquilla y su área metropolitana debería ser una prioridad en las agendas de las administraciones. Se trata de un asunto de derechos ciudadanos, de calidad de vida y de competitividad.
La situación no admite más espera. Ha llegado el momento de abrir un debate serio, de fondo, sobre el transporte público en nuestra ciudad y su área metropolitana.
No hay que ser un fino observador para advertir que, para muchos ciudadanos, movilizarse cada día para acudir al trabajo o para realizar cualquier diligencia puede convertirse en un auténtico calvario.
Buses o busetas que no pasan con la frecuencia apropiada, que cuando por fin llegan están tan repletos que resulta una temeridad subirse a ellos, que a ciertas horas del día son calderas ambulantes por la falta de aire acondicionado... El escenario es a veces desolador.
Y a ello se añade que el servicio de transporte público no llega al menos al 25% del territorio urbano, lo que obliga a los habitantes de las zonas afectadas a desplazarse en mototaxis o en motocarros, con la incomodidad y el gasto económico que ello implica, hasta las rutas por donde discurre el transporte formal.
A su vez, el sistema de Transmetro presenta unas mejores condiciones para los usuarios (por ejemplo, cuenta con aire acondicionado), pero en ocasiones decae en la calidad de la prestación del servicio. Y, en cualquier caso, su ruta tiene un alcance limitado para atender las necesidades de movilización de la ciudad.
Hace cinco años, Área Metropolitana de Barranquilla (AMB) y Planeación Nacional diseñaron un Plan Maestro de Movilidad, que, en teoría, iba a resolver los problemas del transporte. Uno de sus puntos clave era la integración de Transmetro con las 89 rutas por las que circulan los buses y busetas de las 25 empresas de transporte público que operan en la AMB. ¿En qué quedó el dichoso plan, anunciado en su día con bombos y platillos?
Uno de los principales indicadores de desarrollo urbano es la calidad del transporte. Si de verdad queremos avanzar en la modernización de nuestra ciudad y su área metropolitana, tenemos que proporcionar un servicio de transporte digno a sus habitantes. Sobre todo a los de menos recursos, que, en las actuales circunstancias, cada día realizan esfuerzos descomunales para acudir a sus lugares de trabajo (sea este formal o informal). Y que al final de sus jornadas agotadoras tienen que volver a sus distantes hogares como sardinas en lata en unos buses que a veces ni se detienen por estar inmersos en la guerra del centavo.
Este debate, como decíamos al comienzo, no puede aplazarse más tiempo. No solo por el derecho de los ciudadanos a un transporte digno–lo cual en sí mismo sería un motivo suficiente–, sino, también, porque un buen transporte público es fundamental para la calidad de vida y la competitividad de las ciudades.
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