Resulta increíble, pero es cierto. El perturbador entramado de corrupción e ilegalidad que habría detrás de la tajante sentencia de “Nos hundimos todos. Nos acabamos todos. Nos vamos presos”, proferida por el ex embajador de Colombia en Venezuela Armando Benedetti, contra la ex jefe de gabinete, Laura Sarabia Torres, su otrora aliada, superaría de lejos el de por sí grave e inaceptable episodio de las supuestas chuzadas ilegales conocidas tras las acusaciones de abuso de poder en el caso de la ‘niñeragate’. Siempre será posible toparse con un asunto más horrible que digerir, porque de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno… de la política.
Ese es el que algunos viven hoy por las nuevas revelaciones de la revista Semana sobre comprometedoras conversaciones, con evidentes implicaciones penales y administrativas, entre íntimos del presidente Gustavo Petro. Deseoso de dejar su exilio dorado en Venezuela, el exsenador reclamó sus espacios políticos en términos vejatorios y repudiables, entre otras razones porque su interlocutora era una mujer. Se describe como una pieza clave, defiende su relevancia en la campaña en la que asegura gestionó 100 reuniones, recaudó $15 mil millones, no propiamente de emprendedores de la Costa Caribe, y se comparó con Bin Laden o con un tigre que sin salida era capaz de tirarse encima de las personas. Ahora dice que fue manipulado.
Basta de negar el sol con un dedo. A estas alturas, pocos dudan de que el país y, por supuesto, el Pacto Histórico, partido oficialista, se encuentra inmerso en una crisis política, institucional, de gobernabilidad ética y moral, que adquiere con el paso de los días dimensiones descomunales y frente a la que faltan adjetivos. Aunque, claro, puestos a escoger, los más ultrajantes son, sin duda, los espetados sin ton ni son por Benedetti en los momentos más álgidos de su diatriba contra Sarabia. No existe justificación para el grotesco espectáculo al que asiste atónito el país por los chantajes, amenazas y enfrentamientos de quienes auparon a Petro al poder. ¿Cuestiones de la política? ¿Pero, de qué clase? Ciertamente, de la de peor calaña a tenor de lo señalado en los insultantes mensajes que Benedetti le hizo llegar a la entonces mano derecha del mandatario, que en una primera y desconcertante reacción relativizó el vendaval que lo acecha.
Tampoco es comprensible la destemplada reacción, todo menos diplomática, del canciller Álvaro Leyva, que se refirió al exembajador y exjefe de campaña como un “drogadicto” al que no se le puede creer. ¿Es en serio? Este es el nivel del Gobierno del Cambio que prometió dejar atrás toda la suciedad de la política que tanto daño le ha hecho al país. Más bien, sus gestos o mensajes públicos los sitúan del lado de una montonera sin futuro que se hunde en su propio descrédito. Hace bien el presidente de la Cámara frenando, al menos una semana, el trámite de sus reformas que lucen desdibujadas en el Legislativo. Antes de continuar dando palos de ciego debe resolver sus desgarros internos. Esta tormenta, que no ha dejado de arreciar desde que empezó a caer, tiene visos de convertirse en la madre de todas las que ha vivido Colombia por la voracidad de su clase dirigente. ¡Cómo olvidar el proceso 8.000, la parapolítica o la ñeñepolítica, si todavía seguimos asqueados! Desilusiona que nada pase ni nada cambie. Ahí está el quid de todo.
Sin escapatoria, como la misma Sarabia, Benedetti tendrá que dar la cara. Luego de arremeter contra sus partidarios: Roy Barreras, Alfonso Prada o Luis Fernando Velasco, este confirmó que la política, no de manera exacta la del amor, no es cosa de principiantes, sino de quienes saben cómo acudir a estrategias non sanctas para acceder al poder, ganar elecciones u obtener prebendas o beneficios. Al margen de las previsibles actuaciones de órganos de control y de carácter electoral, se espera algo de autocrítica del Gobierno para recuperar la estabilidad de la nación que no soporta más cataclismos que desvían el rumbo de lo verdaderamente importante. Conviene hacer un alto urgente porque la estantería se les cae a pedazos. Al menos para tratar de encauzar esta debacle de la razón, la decencia y el respeto, un buen inicio sería que los aludidos por Benedetti ofrecieran respuestas certeras a las preguntas abiertas. El presidente de Ecopetrol, quien fungió como gerente de campaña, podría entregar algunas. Nos consume la incertidumbre. ¿Quién miente o dice la verdad? O mejor aún, a quién creerle cuando todo parece orquestado por quienes supieron cómo correr las líneas éticas más de lo que cualquiera imaginó.