Ochocientos cuarenta días después de vivir en emergencia sanitaria como consecuencia de la pandemia de covid-19, el 30 de junio se levantará su declaratoria. Una decisión coherente, sustentada en razones epidemiológicas, que permitirá normalizar el funcionamiento del sistema de salud, pero sería erróneo creer que por ello el virus ya fue erradicado o desapareció sin más. Ni lo uno ni lo otro. El SARS-CoV-2, con la subvariante BA.4 de la contagiosa ómicron, no solo está circulando, sino que su incidencia, en cuanto a positividad y número de casos, más no de hospitalizaciones ni fallecidos, ha venido aumentando en varias regiones, entre ellas Barranquilla, que atraviesa, como lo ha señalado el Gobierno nacional, un “brotecito” frente al que nadie debería actuar con excesiva ligereza. Ninguna medida preventiva tendría por qué descartarse en estos momentos de repunte de la transmisión del virus, a la espera de conocer si existen pérdidas de inmunidad por los nuevos linajes o por su capacidad de interacciones.
En consecuencia, puede parecer contradictorio tomar esta determinación justo ahora, pero la actual fase pospandémica —totalmente diferente a la de hace casi 28 meses cuando se notificó de manera oficial el primer caso de covid— demanda cerrar la etapa en curso, antes de poder avanzar hacia nuevos desafíos. Esta monumental crisis, sin precedentes en el país e impensable en sus embates iniciales, requirió instaurar un sólido andamiaje institucional para enfrentar sus distintas dimensiones, primero, la sanitaria, pero también la económica, social y política, que precisa ser redefinido. Así que antes de irse, el ministro de Salud, Fernando Ruiz, pondrá la casa en orden, creando, por ejemplo, un estatuto para la prestación de los servicios de telemedicina en condiciones regulares o emitiendo un acto administrativo para mantener una reserva estratégica de vacunas covid para quienes las soliciten. Posición responsable e imprescindible.
Queda claro que el liderazgo del ministro Ruiz, sumado al de la directora del Instituto Nacional de Salud (INS), Martha Ospina, y al colosal esfuerzo del talento humano en salud, resultó determinante para orientar a los colombianos en el tránsito de este durísimo período de confinamientos, con altibajos permanentes y desconcierto general, por no ahondar en el detalle de situaciones altamente dramáticas que nos golpearon a todos, como el fallecimiento de casi 140 mil personas. La sociedad se puso a prueba, pero sobre todo lo hizo el sector sanitario, que logró en un tiempo récord ampliar su capacidad de respuesta, pasando de 5 mil a 13 mil camas de unidades de cuidados intensivos, en una decidida estrategia para reducir la mortalidad derivada de esta emergencia, que también puso el foco en la inaplazable necesidad de destinar más recursos para fortalecer la investigación científica.
Sin ir más lejos, Colombia debe crecer en vacunación. En este crucial asunto para afrontar una posible expansión del virus, aún nos faltan cinco centavitos para redondear el peso. No es sensato dejar a medias las metas del histórico plan que ha logrado inmunizar a más del 83 % de la población con una dosis, a más del 70 % con esquema completo y al 36 % con el primer refuerzo. Biológicos hay suficientes, pero falta voluntad y, en especial, una toma de conciencia general para incrementar los porcentajes. Producir vacunas es otra meta en la que Colombia debe trabajar. La cuestión es, ¿cómo lograrlo? Una opción es con cooperación internacional. España y la Unión Europea acaban de lanzar una interesante iniciativa para transferir tecnología, intercambiar experiencias sobre regulación y movilizar inversión privada.
Al echar la vista atrás, son numerosas las lecciones que nos ha dejado este adverso tiempo, en el que aún se precisan de acciones para recuperar el pulso económico y social que nos hizo perder la pandemia, todavía sin final certificado. Seguramente, muchas de ellas a considerar dependerán del rumbo que el Gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez le darán al país a partir del 7 de agosto. Sin embargo, es indiscutible que echarlas a andar demandará de un espíritu colectivo de colaboración o, lo que es lo mismo, de una unidad incuestionable que requerirá dejar de lado diferencias o rivalidades políticas e ideológicas. Que nadie olvide lo aprendido a la hora de dar la batalla por un sistema de salud más fuerte.