El episodio de las tres lanchas artilladas de la Armada Nacional, que fueron arrastradas por la corriente y desde el río Meta, uno de los grandes afluentes del Orinoco, llegaron a Venezuela, deja muchos interrogantes. Además, vuelve a situar a Nicolás Maduro en una posición desafiante frente al Gobierno de Colombia, al que le notificó, a través de una alocución, que está dispuesto a regresarlas “inmediatamente” con la única condición que sea el presidente Iván Duque el que se lo pida de manera directa y a través de los canales oficiales.
Maduro, a quien recientemente relatores de Naciones Unidas le reclamaron medidas para ayudar a sus conciudadanos, “muchos de los cuales se encuentran al borde de la supervivencia” por “la escasez de alimentos, la hiperinflación, los cortes de energía y agua y el creciente desempleo”, aseguró que su gobierno, en cumplimiento de la ética y del derecho internacional, procederá a entregar las lanchas si se da trámite a los requisitos planteados con la participación de las cancillerías y ministerios de Defensa.
Valga recordar que los dos países, que comparten una frontera viva de más de 2.219 kilómetros, no tienen relaciones diplomáticas desde el 23 de febrero de 2019, cuando Maduro decidió romperlas luego del fallido intento de llevar ayuda humanitaria en una caravana encabezada por Juan Guaidó, que partió desde Cúcuta rumbo a territorio venezolano.
Más allá de las consideraciones de todo tipo alrededor del régimen de Venezuela, sobre el que se podría hablar largo y tendido, resulta un desatino lo ocurrido con estas tres embarcaciones, que armadas con ametralladoras calibre .50 y M60 terminaron en manos de las autoridades navales de Venezuela a la altura del sureño estado Bolívar. Cuesta creer que las lanchas, que deberían tener cada una un centinela, según la propia versión del comandante de la Armada, Almirante Evelio Ramírez, se desamarraron solitas, no una ni dos, sino las tres al mismo tiempo, y desde el puesto de control fluvial donde se encontraban en el departamento de Vichada fueron arrastradas por la corriente en la madrugada del día sábado. No hubo forma de recuperarlas, reconoció la Armada colombiana, porque cuando se percataron de su ausencia ya estaban en territorio del vecino.
La Fuerza Naval de Oriente de la Armada dijo que logró gestionar con sus pares venezolanos en Puerto Páez el regreso de las lanchas. Pero el asunto fue escalando hasta que algunos sectores del vecino país vincularon el hallazgo de estas lanchas con la Operación Gedeón, una presunta incursión marítima para derrocar a Maduro, frustrada el pasado 3 de mayo y que deja, hasta hoy, cerca de 30 detenidos, entre ellos dos estadounidenses, y 8 personas muertas.
Según denunció Venezuela, este supuesto plan se habría gestado y lanzado desde Colombia con el concurso de un antiguo miembro del Ejército venezolano, el general Clíver Alcalá Cordones, quien residía en Barranquilla antes de entregarse a la DEA, a finales de marzo, y convertirse en colaborador de la justicia de Estados Unidos que lo vinculó al Cartel de los Soles. Acusaciones que desmintió la Cancillería colombiana.
En medio de esta maraña, el almirante Ramírez de la Armada reconoció que, alrededor del caso de las lanchas desamarradas, hay “circunstancias atípicas, absolutamente anormales, que no son una casualidad”. Faltaría más que alguien considerara que esto es usual, cuando es de público conocimiento que existen protocolos para el amarre y aseguramiento de las embarcaciones. El alto oficial está al frente de la investigación para esclarecer el asunto y se requieren celeridad y franqueza absolutas para conocer lo que está detrás porque la versión inicial, de que las lanchas se soltaron y fueron arrastradas por una fuerte corriente, es demasiado candorosa.
No en vano, el canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, llamó al Gobierno colombiano a resolver con realismo político, y no mágico, lo que pasó con estas lanchas. La relación entre Colombia y Venezuela, dos países hermanos con históricos vasos comunicantes, es hoy un terreno minado y este tipo de situaciones tan inverosímiles sólo le echa más leña al fuego y da alas a todo tipo de rocambolescas historias, de las que difícilmente conoceremos toda la verdad.