El Heraldo
Opinión

Obama en Hiroshima

El anuncio de la visita del presidente norteamericano a una de las ciudades devastadas por la bomba atómica marca un paso importante en la política antiarmas nucleares de ese gobierno. Un episodio que es preciso conocer para evitar que se repita.

Cuando Barack Obama ponga un pie en la ciudad de Hiroshima, Japón, a finales de este mes, se convertirá en el primer presidente en ejercicio de Estados Unidos que visite una de las dos ciudades –la otra es Nagasaki– que simbolizan la devastación nuclear.

El anuncio se hizo ayer y trae implícita una carga simbólica importante dado que el mandatario norteamericano ha enarbolado las banderas de una política antiarmas nucleares, lo que lo llevó a ganar el premio Nobel de Paz en 2009, aunque no está previsto que pida perdón por las 200.000 víctimas que dejaron las dos detonaciones.

El 6 de agosto de 1945 el bombardero Enola Gay, del ejército estadounidense, lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima e inauguró la era nuclear. Tres días después se repitió el suceso en Nagasaki, con lo cual Japón se vio forzado a rendirse. De esa manera se precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, cuando han pasado 71 años de la victoria de los aliados sobre el eje del mal, la decisión de Obama de visitar a Hiroshima pone sobre el tapete los alcances de las armas nucleares, su poder destructor y los efectos de muerte y enfermedad que perduran por generaciones.

Si bien para quienes las poseen las armas nucleares representan un gran poder intimidatorio y disuasivo, el riesgo de que caigan en manos totalitarias es demasiado alto, razón por la cual la comunidad internacional hace esfuerzos por desmantelar estos arsenales, no siempre con éxito.

Las imágenes de las víctimas y de las ruinas de las dos ciudades son una parte de la historia de la humanidad que resulta doloroso recordar. Pero sobre esta memoria es necesario seguir promoviendo los esfuerzos para contener la carrera por seguir creando armas nucleares. Serían las mismas potencias mundiales las que tendrían que demostrar esfuerzos sinceros por dejar atrás esta aciaga etapa de la historia.

La presencia de Obama en Hiroshima va más allá de un protocolo entre dos naciones. Será recordada como uno de los hechos más importantes de su mandato, y constituirá, tal vez, el clímax de sus ejecuciones por dejar un mundo con menor grado de peligro nuclear.

Más allá de aceptar culpas, lo que sus asesores han revelado hasta ahora es que Obama hará énfasis en el devastador costo humano de la guerra y no revisará la decisión de usar la bomba atómica del entonces gobierno de su país.

Pero en todo caso no deja de ser un hecho histórico porque se trata del líder de la principal potencia mundial, que con su sola presencia en esa ciudad envía un mensaje alusivo a un mundo que rechaza el uso de este tipo de armamento.

Las amenazas de este tipo no han terminado, por eso, los esfuerzos por contenerlas deben persistir.

 

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