El coliseo cubierto Humberto Perea pasó ayer a la historia. 34 detonaciones controladas mandaron al suelo al viejo escenario que alguna vez reflejó lo mejor del esplendor barranquillero, pero que se había convertido en los últimos años en un gigantesco y deteriorado nido de palomas y consumidores de drogas.

Inaugurado en 1961, en su momento fue el principal escenario deportivo de techo en Colombia. Su estructura única, con un zigzag característico que recuerda a un acordeón, así como las gestas deportivas y los eventos culturales que tuvieron lugar allí, lo proveyeron de un valor histórico y estético por el cual estaba considerado como una joya del patrimonio arquitectónico barranquillero. Lamentablemente, esas buenas épocas habían quedado relegadas al olvido, sepultadas bajo capas de deterioro, mugre y monte que confinaron a la mole gris a ser poco más que una preocupación para sus vecinos, y una mancha en el paisaje urbano.

Por años no recibió otra cosa que desidia gubernamental. Esperaba, en completo abandono, mientras se surtía un esporádico debate sobre cuál debería ser su destino. Entre los expertos fue larga la discusión sobre qué era lo mejor: tumbarlo y construir otro escenario de cero, o apuntarle a su rehabilitación y restauración, para reivindicarlo como símbolo barranquillero.

Este dilema quedó zanjado ayer. Ahora que ya se ha hecho su demolición, lo importante es que en su lugar se edifique un proyecto que de verdad impacte positivamente a la ciudad. Y, también, que sea objeto de un manejo ejemplar de los recursos públicos, con eficiencia y transparencia.

La caída del Humberto Perea habrá valido la pena solo si le da paso a un escenario que reúna los máximos estándares de calidad internacional, y que además de tener una transitoria utilidad deportiva pueda integrarse como un espacio para otros usos ciudadanos, que garanticen su mantenimiento en el tiempo. Sobre los escombros del Coliseo Cubierto está el desafío y la oportunidad, de crear un nuevo referente urbano.

Según el alcalde Alejandro Char, la demolición marca el inicio de los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018. Es un innegable paso adelante que se materialice la promesa de intervenir los escenarios deportivos y culturales de la ciudad, un área en que han hecho falta mayores esfuerzos. Y la implosión, que sacudió la cotidianidad sin hechos que lamentar, es en sí misma un acontecimiento sin precedentes.

Más allá de lo cual, el deplorable estado en que había caído el coliseo, y que obligó su demolición, también deja algo para reflexionar. En sus ruinas está el paradigma de lo que no debe pasar con los otros escenarios, los que siguen en pie y, sobre todo, los que se proyecta construir. Esos que ahora despiertan ilusión de transformación urbana, como lo hizo hace 55 años el proyecto del Humberto Perea, inaugurado con ocasión de los Cuartos Juegos Bolivarianos que tenían lugar entonces.