Pasaron los primeros seis meses de un gobierno que –independientemente del campo en que se evalúe o el cristal con que se mire– ha estado lleno de sorpresas.
Gran parte de los uribistas puros, para mencionar un sector mayoritario en el país, esperaban a un Juan Manuel Santos que constituyera una prolongación de los ocho años de Álvaro Uribe y un contubernio con sus amigos. Lo mismo suponía la oposición, mientras que muy pocos colombianos pronosticaron que en múltiples circunstancias de gobierno, Santos iba a estar en abierta contraposición con las ideas o actuaciones del expresidente antioqueño.
En honor a la verdad, y a pesar de que Santos edificó su campaña sobre la plataforma popular del anterior gobierno, del que había sido Ministro de Defensa, sus actuaciones no debían causar mayor sorpresa, como quiera que obedecen a su trayectoria e ideario de hombre público. Recordemos que desde la Fundación Buen Gobierno concibió una forma de liderazgo basada en la transparencia y –en lo que aquí nos atañe– siempre respetando la organización jerárquica del Estado y las líneas que determinara el organigrama correspondiente, alejándose del mesianismo y otras tentaciones.
Si Uribe aplicó el estilo de la microgerencia, lo que le permitía por ejemplo volarse la línea de mando militar y llamar por teléfono a un coronel directamente, Santos ha optado por un gobierno menos centrado en una figura, favoreciendo el esfuerzo colectivo, la institucionalidad, el diagnóstico técnico y la gestión integral. Antes que asumir actitudes pugnaces frente a sus contradictores o quienes lo cuestionan, Santos ha optado por la convocatoria y el diálogo, siempre con ánimo conciliatorio.
Incluso, las relaciones con el gobierno de Hugo Chávez, que ya parecían echadas a perder, han terminado robusteciéndose con el approach de “mi nuevo mejor amigo”, y todo gracias a que Santos ha dejado a un lado, con el fin prioritario de que reine la armonía, las ya famosas reservas que tenía sobre el mandatario venezolano.
Ayer, al divulgar el informe que sobre los primeros 180 días de Santos hizo nuestro aliado La República, mencionábamos diez factores obstructivos, primordialmente en el campo de la economía, que frenaban lo que Santos ha denominado sus “locomotoras” (una metáfora que se nos antoja anacrónica en la era de los trenes de alta velocidad).
Entre esos factores se cuentan: pocos resultados en comercio exterior; lazos negativos con el anterior gobierno en materia de empleo, salud y competitividad; vulnerabilidad de la infraestructura frente al crudo invierno; demasiados proyectos legislativos y poco tiempo para avanzar; la revaluación incontenible; la inflación que desde ya se advierte en 2011; lo engorroso de los trámites para licencias ambientales; los líos contractuales que afectan las obras; la cada vez más lejana posibilidad de un TLC con Estados Unidos y el hueco fiscal que se produce a partir de los contratos que –en aras de garantizar la estabilidad a la inversión extranjera– se firman con las empresas de minería.
Al evaluar a los funcionarios, y concentrándonos particularmente en los costeños que ocupan ministerios y cargos en institutos descentralizados, tenemos que al que mejor le ha ido es al ministro de Comercio Exterior, Sergio Díaz Granados, calificado por un grupo de expertos con 3.5. Le sigue el de Minas y Energía, Carlos Rodado Noriega, con una calificación de 3.4. Dos altos funcionarios, María Claudia Lacouture, presidenta de Proexport, y Carlos Rosado, director de Invías, pasan ‘raspando’ con un 3.0. (Quizá dicha evaluación, hecha por un panel de académicos, gremios y empresarios en la capital del país, subestima considerablemente el esfuerzo de este último funcionario en las tareas de cierre del boquete en el Canal del Dique, algo que aquí en el Atlántico se le reconoce.)
De cualquier manera, y a pesar de los llamados ‘baches’ que frenan las locomotoras, el balance del gobierno ha sido positivo y la popularidad de Santos está en la estratosfera, con 87 puntos, muchos más que los de Uribe.
Tampoco se puede desconocer que Santos aún está en luna de miel y que le sobran argumentos para prolongarla, para lo cual es preciso que se den algunas condiciones, como la de que su Ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, deje de vivir sobre el pasado triunfal de victorias bélicas que ya comienzan a hacer tránsito hacia la historia y se concentre en el más grave problema del momento, como son las bandas criminales y su evidente crecimiento en los territorios más apartados del país.
Santos, al mismo tiempo, no parece tan alejado de la posibilidad de un comienzo de diálogos con las Farc, las cuales estarían enviando un mensaje de viabilidad con la liberación de cinco secuestrados.
Ninguna luna de miel es eterna. Pero lo más importante de todo es que Juan Manuel Santos ha demostrado buena fe en sus actuaciones, un ánimo de hacer bien las cosas que lo ha hecho merecedor, con creces, de la aprobación de sus gobernados.