El Heraldo
Dos grandes: Dida y Toño Rada vistiendo la casaca del Junior.
Deportes

“Mi mamá y mi tía repartían sombrillazos en el Romelio Martínez”: Antonio Rada

El fallecido futbolista, leyenda del deporte colombiano, recuerda divertidas anécdotas.

Antonio Rada se acerca a sus ilustres visitantes y al darse cuenta de quiénes son les suelta una frase que les causa risa: “Bueno, sírvelo”. El rostro a Toño se ilumina, se le nota la alegría de reencontrarse con Othon Dacunha, su compañero en el Junior de Barranquilla, y no pierde oportunidad para mamarle gallo. “Eche, Otho, ¿tú no estabas en Brasil con el papa Francisco?”.

El legendario Cañonero de Isabel López tiene el ánimo por las nubes y dice que eso es porque se siente superbién de la operación de próstata a la que fue sometido recientemente. Nada que ver con aquel Toño que hace más de un mes, a través de lacháchara.co, envió un mensaje con señales de súplica: “No me dejen morir”.

Rada fue intervenido quirúrgicamente el pasado 12 de julio y aspira a recuperarse plenamente para volver a entrenar a los niños del sector donde vive –detrás del parqueadero del estadio Metropolitano– en la Unidad Deportiva Pibe Valderrama.
La memoria de Toño es prodigiosa. A sus 76 años recuerda, con precisión fotográfica, todos los episodios que enmarcaron su vida futbolística. La gracia para referir sus anécdotas también es incomparable.

“Cuando yo jugaba en el Romelio Martínez, y la gente me mentaba la madre porque botaba un gol o se me pasaba una bola, miraba hacia la tribuna y veía a dos señoras repartiendo sombrillazos. Eran mi mamá –Helena– y mi tía –María Higgins–. A ellas yo les compraba las boletas para que fueran al Romelio Martínez a dar sombrilla” (risas).

Una de las veces en que eso pasó fue cuando Toño anotó, en su opinión, el mejor gol de su carrera. Remató con tal fuerza la pelota que esta quedó incrustada en la malla durante varios segundos. Muchos aficionados pensaron que Toño había errado el gol o que había pelado la bola y comenzaron a mentarle la madre. Ahí comenzaron los sombrillazos, que luego dieron paso a los abrazos cuando todos se dieron cuenta de que la pelota sí había entrado al arco.

Antonio Rada nació en Isabel López, corregimiento de Sabanalarga, el 13 de junio de 1937, pero a la edad de 3 años se lo trajeron a Barranquilla para curarlo del sarampión. Sus inicios en el fútbol fueron en la bola de trapo. En la calle de las Flores, por donde vivía, dice que había tan buenos jugadores que un señor italiano, de apellido Papa, se le dio por armar un equipo e inscribirlo en la Liga de Fútbol del Atlántico. Toño era el encargado de sacar las alineaciones.

De ahí pasaría al Nariño, donde dice haber visto al mejor jugador que ha dado la Costa en todos los tiempos. “Se llamó David Gutiérrez, y le decían Don Roque. Oiga, qué jugador, cómo manejaba esa zurda. Yo jugaba al lado de ese monstruo y de Virgilio Jimmy.

AL EJÉRCITO. Jugando para el Nariño, después de un partido contra el River, se lo llevaron a prestar el servicio militar. “Se llevaron a todos los del Nariño y a ninguno del River”, rememora. Cuando llegaron al Batallón Nariño les informaron que iban a estar allí por 18 meses. Toño le mandó a avisar a su papá, quien el lunes siguiente se presentó con una carta del Gobernador de la época, en la cual solicitaba que exoneraran a su hijo del servicio militar. “El comandante Forero me llamó y me preguntó si quería seguir en el Ejército o si me iba con mi papá. Yo le dije a mi papá: ‘Migue (así le decía) yo me quiero quedar acá, me gusta el ambiente’. Y me quedé”.

Toño se fue para la Policía Militar Nacional, en Bogotá, y asegura que gracias al fútbol le fue bien. Se convirtió en entrenador del batallón. “Yo entraba en los segundos tiempos a arreglar los problemas”, cuenta.

Cuando terminó su servicio el comandante Forero se le acercó y le dijo que los oficiales le habían pedido que se quedara con ellos y que hiciera también el curso de oficial. Toño prometió que lo iba a pensar. Forero le entregó una carta dirigida a Manuel Rojas, que era sobrino del general Rojas Pinilla, para que lo empleara en el Terminal. Pero Toño olvidó llevar la carta y a los pocos días tumbaron del poder a Rojas Pinilla y el primero que voló de Barranquilla fue su sobrino.

“Si eso no pasa yo estuviera hoy pensionado del Terminal y no hubiera sido futbolista ni un carajo”, afirma.

Rada consiguió después un trabajo con el municipio de Santa Marta. Trabajaba por la mañana y entrenaba por la tarde –él era el técnico–. Al equipo lo inscribieron en la Liga del Magdalena y fue su primer paso hacia el fútbol profesional.

“A mí me habían citado a la selección Magdalena, pero estando en la casa llegó el hermano de Carlos Bernier, quien iba a ser el presidente del Unión Magdalena, equipo que el año entrante empezaría a jugar en el campeonato profesional. Me citaron para el 7 de enero de 1958, en la cancha Bavaria, a las 7 de la mañana. A las 6 y 30 ya estaba allí”

Toño venía del Sporting, equipo del cual se declara hincha a morir. El técnico del Unión era el argentino Julio Pérez y en los cuatro primeros partidos marcó 5 goles. Aún recuerda con indignación un escrito del diario El Espectador que decía: “Este es el goleador del campeonato: Antonio Rada, nacido en Isabel López, donde no juegan fútbol”.

Del Unión saltó al Quindío y de allí al Deportivo Pereira donde reconoce que vivió los mejores años de su carrera. En el Pereira jugó del 62 al 65 y se marchó después de un partido contra Millonarios. “Yo le había hecho dos goles a Millonarios para completar 14 en el torneo. El técnico César López Fretes me sacó del partido que terminó 2-2. En el camerino le pedí una explicación de por qué me había sacado, si yo era el goleador del equipo. ‘Usted es la última rueda del coche’, me dijo. Le metí un cascarazo en la quijada y lo privé. Ahí se metieron los paraguayos y se armó una tremenda muñequera en el camerino”.

LA LLAVE CON DIDA. En 1966, año en que Junior regresó al profesionalismo, Antonio Rada hizo parte de la nómina del equipo rojiblanco donde conformó una extraordinaria llave con el brasileño Dida.

“Hablar de Dida es hablar del mejor futbolista que ha llegado a este país. Dida vino acá y demostró por qué había sido uno de los mejores jugadores que habían estado en el Mundial de Suecia 58. Era un fuera de serie, tenía picardía y fútbol. Lo único que no tenía era estatura, pero lo que Dios no le dio en estatura se lo dio en inteligencia. El único delantero que se atrevía a saltar con (Reinaldo) Volken era él y eso que Volken medía 1.87 y Dida como 20 centímetros menos. El secreto de Dida era que le pisaba el zapato a Volken y luego saltaba y cabeceaba. A Óscar López (del Cali), cada vez que había un tiro libre o un córner, le agarraba las nalgas. Óscar, que era un tipo serio, después lo quería matar”.

De su paso por Junior recuerda una anécdota con Quarentinha, el día que el brasileño cobró el penalti que le tapó Medrano, el arquero del Quindío, famoso por ser ataja penales. “Yo le dije: ‘Déjame patear a mí. Si tú lo botas sales de aquí como a las 4 de la mañana. Si lo boto yo, no pasa nada’. Él insistió en patearlo y se lo taparon. Pobre mamá de Quarentinha, si estaba muerta resucitó ese día”.

Su siguiente equipo fue el Atlético Nacional, pero apenas duró seis meses. De ahí pasó al Tolima ya que le gustó el proyecto que le había presentado su presidente, el doctor Guzmán Molina. Él me dijo: ‘Tengo en el equipo a casi toda la Selección Colombia: Achito Vivas, Charol González, Mocho Alzate, Carlos Aponte, Jaime Silva, Maravilla Gamboa y ahora esperamos a Toño Rada’. Le dije: ‘bueno, mándeme los pasajes’, y me fui para allá”.

Su historia en el Tolima terminó luego de un partido contra el Deportivo Cali, en Ibagué. Carlos Samboní, delantero del Cali, estaba en fuera de lugar, el juez de línea levantó la bandera, pero el central dejó que siguiera la jugada. Achito Vivas se salió del arco y Samboní hizo el gol. Yo, que era el capitán, me fui detrás del árbitro —Byron Piedrahíta—para reclamarle, cuando este de repente me pegó una trompada en el estómago. Cuando él me pega caigo al suelo y cuando me paro, no lo hizo el jugador sino el hombre. Le amagué con el pie, él se me agachó y lo cogí de abajo hacia arriba en toda la quijada. Me fui, me bañé, salí y todavía estaba ahí tendido. Al día siguiente fui a la oficina del Tolima despedirme del doctor Guzmán Molina. Le dije: ‘No juego más, me voy para Barranquilla. Le agradezco que no me liquide, ni siquiera me dé los pasajes’. Vendí todo lo que tenía en mi apartamento por 10 mil pesos a un amigo”.

 

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