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Luis Quiñones durante el pesaje un día antes de la pelea del sábado 24 de septiembre. Archivo
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Morir viviendo un sueño

A las 11:30 p.m. del jueves se fue Luis Quiñones, quien llevaba cinco días en la clínica tras ingresar con un trauma craneoencefálico después de su pelea con José Muñoz.

Desde que arribó a Barranquilla, fueron cinco años en los que Luis Quiñones pasó un sinnúmero de necesidades con el fin de lograr un espacio en la noche soñada, en la gran velada, que para él era el logro más grande de su carrera, por lo que tanto se había esforzado.

No fue muy confortable dormir en el piso de un gimnasio por muchas noches, pero eso no era impedimento para soñar con ser campeón nacional de boxeo. Ilusión que se extendía durante todas las jornadas de entrenamiento, en las que miraba de reojo a su amigo, quien contra toda voluntad le acercó a la muerte.

A las 11:30 de la noche del jueves, se confirmó la muerte de Quiñones en la Clínica General del Norte. El pugilista de Barrancabermeja se despedía de este mundo elevándose junto a las oraciones y plegarias de sus familiares y amigos, quienes estaban a las afueras del recinto médico aferrados a un milagro.

En la mañana de ayer, a sus parientes se adhirieron colegas, aficionados y reporteros para llorar la partida del joven de 25 años, que había llegado a la ciudad de Barranquilla en busca de mejores oportunidades para su carrera como profesional.

Sus aspiraciones no carecían de fundamentos, pues Luis llegó a esta gran cita con un récord de 10 peleas ganadas, seis de ellas las consiguió por la vía rápida, en un sendero de luchas que lo llevó a recorrer los cuadriláteros colombianos.

Desde todo punto de vista, la supervivencia fue lo que llevó a este joven soñador al mundo del boxeo, pues en sus años de colegio era amedrentado y maltratado por otros estudiantes que le veían débil. Sufría de bullying.

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Pero, las artes del combate serían esa ruta de escape para que él encontrara una manera de defenderse y en primera instancia acudiría al taekwondo. Sin embargo, Luis sería seducido por la magia que se esconde dentro de las cuatro esquinas del tinglado, en donde dejaría su cuerpo, alma y vida.

Sus verdugos escolares ya no serían suficiente para un Quiñones que se había hecho demasiado fuerte para ellos y emprendió un viaje que iba a terminar de la forma menos esperada.

Uno a uno fue derrotando a los pegadores que se cruzaban en frente de sus guantes. Con su buena zurda se fue haciendo un espacio en el boxeo colombiano y logró un cupo en la gran cita por el campeonato nacional de welter junior.

Por supuesto, los sueños de Quiñones trascendían el ámbito local y quería con todas sus fuerzas ser campeón mundial algún día.

Pero para llegar a eso primero tendría que cruzar su camino con otro soñador, José Muñoz, con quien compartía el mismo objetivo, las mismas ganas y hasta el mismo gimnasio, pues crecieron juntos como boxeadores profesionales.

Ese mismo amigo del deporte, quien igualmente llegaba invicto al combate del 24 de septiembre, sería el último adversario de Quiñones, quien se preparaba para la gran puja, mientras alternaba trabajando en oficios varios de logística.

“Me duele en el alma. Joven , trabajador, respetuoso. Esperaba que el boxeo le diera para comprarle una casa a su mamá”, expresó Patricia Escobar, quien lo conoció ejerciendo las actividades de logística en la empresa M7.

Cortesía

El valor simbólico que esta pelea tenía para él iba más allá del millón de pesos que se iba a ganar por subirse al ring.

La mejor pelea de aquella velada, organizada por Cuadrilátero en el Coliseo Elías Chegwin, resultó pareja, pero Quiñones terminó en la lona en el último asalto.

Sin saber que su colega emprendía un viaje sin retorno, José celebraba en su esquina, mientras Luis se desvanecía en la lona.

Cinco días después, el barranqueño se fue de este mundo. Murió viviendo uno de sus sueños.

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