El Heraldo
Óscar Collazos.
Cultura

Un ser Pacífico que nunca fue intruso en el Caribe

No faltó quien le pidiera autógrafos por su parecido con el cantante Alfredo Gutiérrez y lo saludaran sorprendido porque tenía rasgos como los del exgobernante panameño Manuel Noriega.

Por David Lara Ramos, Especial para EL HE RALDO

Óscar Collazos llegó a vivir a Cartagena tiempo después de haber publicado La modelo asesinada (1999). Recuerdo que entró a la redacción de El Universal para contar la experiencia de novelar hechos nefastos ocurridos durante la presidencia de Ernesto Samper. 

Un grupo de periodistas nos sentamos a escucharlo. Su hablar era elegante, sentencioso. Su discurso pulcro. Cada palabra parecía ensayada con anterioridad, revelaba su erudición, su pasión por la lectura y su estudio constante de la literatura universal.

Contó sus encuentros con grandes escritores del Boom Latinoamericano y retomó el tema de la polémica sostenida con Julio Cortázar, cuando apenas tenía 26 años, y era director del Centro de Investigaciones de Casa de las Américas en Cuba. Su posición era clara, la que ha  mantenido como escritor y columnista de opinión: compromiso. 

Contó que se estaba acostumbrado a la idea de vivir en Cartagena. Que escribía desde muy temprano y luego en la tarde salía a caminar. En ese andar, encontraba los temas de sus columnas que comenzó a publicar semanalmente en El Universal.

Así constató los abusos de poder de ciertas élites, la corrupción rampante, las mangualas entre políticos, las disputas por el espacio público en las plazas y la pobreza que arrasa las esperanzas de nuevas generaciones, entre otros temas.

En 2001, publicó Cartagena en la olla podrida, una extensa crónica sobre esa corrupción que veía en las calles. “Aquellos que me acogieron y que me invitaban a sus casas se han molestado por lo que digo en mis columnas, pero ¿qué hago?, es el compromiso de un escritor”, me dijo la tarde en que volvió a la redacción de El Universal para presentar su libro El exilio y la culpa (2002). Sin duda, el texto más elaborado producido en Cartagena. Un relato fluido y doloroso sobre los desaparecidos durante la dictadura de Pinochet en Chile. "Quien sobrevive a la tortura o a la muerte arrastra la culpa de no haber sido también víctima",  reflexiona Collazos en ese texto.

¿A quién te pareces?

En Cartagena no faltaba el que lo confundiera con Alfredo Gutiérrez y saliera a su encuentro para pedirle un autógrafo o para que le contará sobre la génesis de algunas composiciónes. “Le he sacado partido al parecido. Una vez fui a la peluquería del hotel donde me hospedaba y me recibieron con bombos y platillos y vaso de whisky. Cuando iba a pagar no me cobraron pero me pidieron que les tocara una. Les dije que con mucho gusto, que iba un ratito a la habitación y traía el instrumento. No volví. No habrían aceptado que les devolviera la amabilidad con uno de mis libros”, contó en una de sus columnas.

El periodista y escritor Gustavo Tatis se metía a complementar el parecido y agregaba que en efecto Collazos se parecía al autor de la Paloma Guarumera, pero había que agregarle unas cuantas gotas de Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte de Panamá.

Sobre esas ocurrencias y discursos sobre el ser Caribe, Óscar Collazos también disertó con lucidez. En ponencia titulada ‘Un intruso del Pacífico’, en el IV Seminario Internacional de Estudios de Caribe configuró la tesis que el Caribe, (como aguja hipodérmica) se deslizaba por el Canal de Panamá y pasaba por Bahía Solano, hasta la  ciudad portuaria de Guayaquil: “… en mi infancia la mirada que se dirigía a Panamá era la mirada de los viajeros que costeaban en pequeños barcos de cabotaje y se devolvían probablemente impregnados de la cultura Caribe que se movía en esa breve, en esa lánguida franja que va del  puerto de Colón al puerto de Panamá”, escribió. Un texto que reluce su identidad Caribe de pensamiento, palabra y obra.

La novela urbana

Collazos se involucró en la vida cultural de la ciudad de muchas maneras. Alentaba la escritura de nuevos creadores a través de un taller de escritura creativa, que sostuvo, con el apoyo del Centro de Formación de Cooperación Española, en compañía de escritores como Senel Paz, Cristina Fernández Cubas y Alfredo Brice Echenique. Ese grupo de noveles escritores está agradecido con Collazos por entregar su experiencia creativa, pero sobre todo por despertar una vocación hacia la construcción de textos de ficción con la generosidad de sus consejos.

En ese taller siempre preguntó quién iba a escribir la gran novela urbana sobre la Cartagena de hoy. Que los temas estaban en los diarios, en los barrios populares, en las fiestas de picó, en los meandros del mercado de Bazurto, en los reinados populares, en las pugnas entre las pandillas de Loma Fresca y la Esperanza, o en los cuerpos de esas niñas ofrecidas por redes de prostitución. Ese también fue un reto para él.

Luego de viajes constantes a barrios como El Pozón, La esperanza o Nelson Mandela, Collazos escribió Rencor, que es un sentido  testimonio de Keyla Rencor, su protagonista, la voz de cientos de voces recogidas como un reportero que escudriña las miserias de una urbe que siempre le produjo angustias y sobresaltos.

Fue agente activo en la Escuela de Verano de la Universidad Tecnológica de Bolívar, donde cada año recibía a un grupo de académicos y estudiantes interesados en la vida de García Márquez y la importancia de Cartagena en la obra del Nobel de Aracataca.  

Hace unos dos años, dijo que su período en Cartagena se estaba acabando, que con Jimena Rojas (su esposa), buscaban un nuevo lugar para disfrutar. “Quizá algo cerca a Bucaramanga o volver a Bogotá”, me dijo a mediados de 2013, cuando fui a su casa para hacerle una entrevista sobre su novela Tierra quemada, que fue publicada en octubre en Latitud, la revista dominical de EL HERALDO. Obra que recoge sus posiciones ideológicas en torno a los problemas que ha vivido Colombia en los últimos 20 años. “Estamos viviendo una época donde se nos hace creer que el mundo se embarcó en una locomotora que nos conduce a la felicidad, yo creo que es todo lo contrario, ni siquiera sé si tendremos la posibilidad de detener ese tren cuando estemos al final del abismo”, dijo en aquella ocasión. 

Su paso por Cartagena nos permitió conocer a un columnista que no solo retrató la ciudad sino que en cada una de ellas se fue retratando a sí mismo como un ser sincero y sin tibiezas, siempre desesperanzador, que fue reclamo de muchos: “Quisiera hacer novelas optimistas, pero lo que veo, no solo en esta ciudad, sino en todo el país, es que las cosas no andan bien, y los modelos que se promueven generan injusticias y barbarie. Se dirá que soy pesimista… no es pesimismo,  hay que imaginar lo peor para que no suceda”, expresó.

Su paso por Cartagena nos permitió conocer a un hombre entregado a la lectura, a la vitalidad de crear y creer en lo que se hace. A reconocer el valor del compromiso adquirido como escritor, que más que una forma de lucha era su forma de darse como ser humano. Sé que Cartagena agradece a ese ser Pacífico que nunca fue intruso en el Caribe.
 

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