En la era del computador, cuyos programas de procesamiento de textos han implicado, con respecto a la máquina de escribir, un salto tecnológico de tal sofisticación que las últimas versiones de aquéllos han hecho de esta última una antigualla romántica, resulta por lo menos curioso ver que todavía hay escritores que realizan su labor en una Olivetti o en una Remington. Y no se crea que se trata sólo de escritores viejos, como es el caso de Cormac McCarthy o de nuestro Álvaro Mutis, sino también de algunos relativamente jóvenes, como el español Javier Marías.
Pero si esto es curioso, ¡qué decir del hecho de los que todavía escriben sus libros a mano! ¿No lo creen? Pues háganlo, ya que esta rara especie incluye algunos lo bastante serios y famosos como para que sus casos sean bien conocidos y tenidos por ciertos: el del premio Nobel Orhan Pamuk, el de Michael Ondaatje, el de Gay Talese, el del gran George Steiner.
No le faltaría razón a quien piense que el que un autor redacte en la actualidad obras de gran extensión con una pluma fuente o un bolígrafo, equivale a que Balzac o Flaubert hubieran escrito sus novelas empleando, en lugar de la pluma de cuervo o de ganso, el antiguo cálamo usado para escribir sobre papiro.
Pero aquí el punto es conocer las razones que llevan a unos y a otros a optar por tal o cual instrumento de escritura. Así, es común pensar que la mayoría de los escritores trabajan hoy día en computador porque, dada la gama de posibilidades y facilidades que éste ofrece, los tiempos de redacción de un libro – problemas creativos aparte – se reducen notablemente en relación con el empleo de útiles anteriores. (García Márquez, uno de los primeros autores en el mundo en adoptar el computador, declaró una vez que si hubiera compuesto Cien años de soledad en este artefacto, lo habría hecho en la mitad del tiempo que le tomó). De otra parte, se cree que quienes rehúsan escribir en una pantalla digital lo hacen por apego sentimental a su herramienta de siempre, o por fobia a las nuevas tecnologías, o por la mera costumbre.
Pero hay otra razón y no parece irrelevante. George Steiner la expone con claridad: “No creo que se pueda escribir literatura importante en un procesador de textos, porque siempre te parece bonito lo que has hecho”. Es decir, no pules tus borradores
porque lucen ya como bellamente editados. Lo cual significa que la presentación gráfica del texto incide en su valoración crítica.
Y esto, fíjense, ya lo había notado un mediocre pero gracioso poeta colombiano del siglo XIX, Ricardo Carrasquilla, en un poema (“Lo que puede la edición”) que por largo tiempo fue muy conocido en nuestro país: “Hice un canto bermudino / Al cóndor; /
Pero estaba en borrador / Y me pareció cochino. / Me lo hicieron publicar / En “El Día”,/ Lo leí con alegría, / Y lo encontré regular. / Luego en una colección / De poetas / Lo insertaron con viñetas, / Y dije: ¡es gran producción! / ¡Lo que puede la edición!”
Por Joaquín Mattos Omar