El Heraldo
Beatriz Ochoa, de 66 años, habla en la casa de la Cultura del Carmen de Bolívar. Alejandro Rosales y cortesía Eduardo trujillo y Uninorte
Cultura

En los Montes de María ruedan cortometrajes para dejar atrás la guerra

El Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 trabaja con jóvenes y niños en la narración audiovisual de su realidad, en gran parte, atada a la violencia.

Normalmente entre Barranquilla y el Carmen de Bolívar hay dos horas y media, máximo tres, con la carretera en buen estado. Ahora, con una vía en malas condiciones, casi que ‘bombardeada’ y funcionando a un solo carril entre los municipios de San Juan Nepomuceno, San Jacinto y el Carmen, el trayecto entre la capital del Atlántico y el corazón de los Montes de María toma entre cinco y seis horas. 

La distancia entre los tres municipios, que en teoría debería tomar 45 minutos, tarda dos horas y media.

En la vía, por las constantes interrupciones, los vendedores de jugo de naranja, tinto, empanadas, arepa de huevo, chepacorina (galleta insignia de la zona), agua, gaseosa y diabolines, entre otros productos, hacen su agosto. 
“Gracias al Gobierno se subieron las ventas”, dice una vendedora de tinto.

El paisaje se pinta de verde, todo reverdece, el cielo es azul y el calor de las 7:30 de la mañana no golpea con tanta fuerza. Camiones, volquetas, tractocamiones o mulas, camionetas, carros, motos y campesinos en burro comparten un solo carril con una paciencia sorprendente. Lo único que no se ve en la vía es a los obreros y la maquinaria trabajando, a pesar de ser miércoles. 

Una vez en el Carmen de Bolívar la delegación de estudiantes de periodismo de la Universidad Internacional de Florida, la Universidad del Norte y de la Maestría de Periodismo de esa alma máter y EL HERALDO se dirigió a la Casa de la Cultura. La razón, encontrarse con miembros del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21.

Ubicada entre las calles 23 y 22 con carrera 51, la mitad de la antigua vivienda es ocupada por una oficina de Comfenalco. La otra parte se divide entre el colectivo audiovisual y la Sala Museo Lucho Bermúdez.

Un reloj, discos, una radiola, un Congo de Oro que le otorgó el Carnaval de Barranquilla en 1971, cuadros, fotografías, un diploma de la Universidad de Sucre y otros reconocimientos son algunos de los objetos que guarda el recinto del hijo más ilustre del Carmen de Bolívar.

Encuentro cercano

“Lo primero que tengo que decir es que yo nunca he estudiado comunicación, yo estudié filosofía”, dice en su presentación Beatriz Ochoa, representante legal del colectivo.

Luce un pantalón color crema, camisa blanca, tenis y una mochila arhuaka. Tiene 66 años y es carmera. Gracias a su gestión y el empuje de su partner Soraya Bayuelo, el colectivo cumple 25 años este 2019 de estar ayudando a contar historias en una zona de Colombia donde la guerra le prohibió a su gente hasta hablar en las terrazas.

Antes de la intervención de Beatriz, Julio García, miembro del colectivo proyectó en una pantalla seis cortometrajes realizados por niños y jóvenes de los Montes de María.

Uno, por ejemplo, mostraba la rutina de una niña sordomuda  que lleva una vida normal al lado de sus amiguitos, aparentemente feliz dentro de las carencias económicas que tiene su familia. Otro, también narrado por niños, mezclaba mitos y leyendas de la región con relatos de masacres y desapariciones forzadas de los días más aciagos de la guerra, aproximadamente entre los años 1997 y 2008.

Beatriz argumenta que desde que comenzaron “con este proceso el principal objetivo siempre ha sido romper el eslabón de violencia” a través de la imagen, permitiéndole a niños y adultos contar sus realidades, rindiéndole tributo a “los ausentes”, a las víctimas, a los que se fueron y a los que quedan. “Una vez en un colectivo infantil tuvimos una niña que en pleno taller le mataron al papá. Qué hicimos, pues trabajar y trabajar para que esa niña no fuera a polarizarse para ningún bando, porque tan malo era uno como el otro, entonces lo que tratamos es de romper el eslabón de la violencia”, reitera.

En 2003 el Colectivo Audiovisual de los Montes de María ganó un Premio Nacional de Paz por su trabajo con las comunidades que incluye colectivos radiales escolares, producción radiofónica y elaboración de libretos y guiones para cortometrajes y documentales, entre otros.

El más reciente proyecto ejecutado por este colectivo es el El Mochuelo - Museo Itinerante de los Montes de María. A través de este trabajan en la reconstrucción de sus historias de lucha y resistencia en una guerra que nunca pidieron pelear.

Simbología

“En enero Joche se cogió, en enero Joche se cogió, un mochuelo en las montañas de María, y me lo regaló, no más, para la novia mía”.

Pero, por qué la simbología con el mochuelo, esa ave que Otto Serge y Rafael Ricardo convirtieron en vallenato.

“El mochuelo es un ave de la región, diminuta pero resistente, entre más viejo más fino se pone su canto, es muy fuerte. Nosotros somos itinerantes como el mochuelo que vuela donde quiere. El mochuelo canta y nosotros narramos historias, que es lo que nos quitó la guerra, las conversas en la tarde o en la noche en las terrazas de las casas. El mochuelo es un instrumento de reparación simbólica y la parte que nosotros consideramos más fundamental: el homenaje a los ausentes”, dice Beatriz, quien también guarda y cuenta sus propias tragedias que anhela no vuelvan a ocurrir, como la vez que tuvo que salir del pueblo en 1999 por amenazas contra su vida.

Con la frente en alto, como siempre, regresó en marzo del año 2000, “corriendo”. Luego retornó en agosto de ese mismo año, esta vez por la muerte de la hermana menor de Soraya. Una bomba cayó en su casa y la adolescente se convirtió en la víctima que rebosó la copa de los habitantes del Carmen.

“Ese día el pueblo omitió la orden de esa gente de no acompañar los velorios y los funerales, hasta eso prohibieron, pero que va, al pueblo no le importó y acompañaron a la familia de Soraya”.

A altas horas de la noche Beatriz volvió a abandonar su terruño. Regresó en 2003 cuando el Colectivo se ganó un Premio Nacional de Paz. Desde ese día no ha vuelto a marcharse, allí sigue, fuerte como el mochuelo, cantando más fino sus décimas, pero con el temor de que las nubes negras de la guerra se vuelvan a posar encima del Carmen, nuevamente sin ser invitadas, arrastradas por los malos tiempos.

“De afuera vino la guerra y por si no era suficiente después a comprar la tierra vino de afuera la gente… del suelo se apoderaron con el progreso a la brava que fue el pretexto que usaron”…

Una historia por contar.

Julio García Montes, de 33 años, salió desplazado de la vereda el Cocuelo, del corregimiento de Hato Nuevo, en el Carmen de Bolívar. Ahora está estudiando Administración de Empresas. Es el Coordinador de terreno del colectivo y director del cine club La rosa purpura del Cairo, recordando el clásico de Woody Allen que protagoniza Mia Farrow.

Es de sonrisa fácil, cara redonda y no llega a los 1.70 metros de estatura. No está seguro, pero cree por cuentos de sus abuelos que el Cocuelo “es un árbol viejo, apartado” de las zonas poco habitadas.

“En el 97 llegó muy fuerte el conflicto y en el Cocuelo también fuimos afectados. Está a unos 10 kilómetros de distancia de Hato Nuevo y era uno de los corredores de los grupos ilegales, porque comunicaba Bolívar con Córdoba. La gente se llenó de miedo y tuvo que salir de su tierra y dejarlo todo”, recuerda.

Según los registros de varias organizaciones defensoras de derechos humanos, en 1997 los hermanos Carlos y Vicente Castaño y Salvatore Mancuso junto a empresarios y políticos de la región decidieron conformar el Bloque los Montes de María para controlar el tráfico de drogas y armas en el Golfo de Morrosquillo.

Julio, quien también coge la cámara, desenreda cables de electricidad y carga luces cuando se hace necesario. Cuenta que como desplazado también sufrió la discriminación en el Carmen de Bolívar donde hoy vive.

Regresa al Cocuelo cuando puede. Hace cuatro años su papá y una de sus hermanas decidieron retornar y empezar de cero, porque su finca se la quitaron sin darle explicaciones, a las malas. “Todavía no hay garantías para su seguridad, pero ellos están allá”.

 Ingresó al colectivo de comunicaciones después de una convocatoria que hicieron cuando se ganaron el Premio Nacional de Paz, a finales del 2003.

“Ingresé y pensaba que era algo mientras tanto. Empecé a trabajar en la fotografía y en el video, pero una vez en una grabación la embarré y le cogí miedo, porque tras que no grabé, terminé borrando unas imágenes. Luego empecé a trabajar con los niños y las niñas en los talleres de formación. Trabajaba más o menos con 200 niños y sus mamás en un proceso de alfabetización. Luego volví a coger la cámara, me tocó y le perdí el miedo. Empecé hacer registros fílmicos y a trabajar los talleres de formación audiovisual”.

Julio nunca ha rodado un cortometraje que cuente la historia del Cocuelo, pero siente que esta debe ser contada. Eso hace parte de uno de sus proyectos de vida, es “una deuda del alma”.

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