El Heraldo
Ramón Illán Bacca, escritor y docente. Cortesía
Cultura

Amigos y familiares dijeron adiós a Ramón Illán Bacca

En el Cementerio Los Olivos fue cremado y despedido al mediodía de este lunes. El escritor cumpliría 83 años el próximo jueves.

Un reducido grupo de colegas, familiares y amigos del escritor Ramón Illán Bacca, fallecido a causa de un infarto la madrugada de este domingo, llegaron a la sede de la funeraria Los Olivos de la carrera 38 para despedir al autor, cuyo cuerpo fue trasladado desde el Hogar Madre Marcelina, donde residía a tan sólo unas diez cuadras de allí.

Tanto el cuerpo como la pequeña procesión se dirigieron de la funeraria hasta los hornos crematorios del Parque Cementerio Los Olivos, en la Vía al Mar. EL HERALDO tuvo acceso junto con otras 9 personas (máximo permitido por las normas de seguridad sanitaria) para velar el cuerpo antes de que fuera introducido en el fuego, tal como lo había dispuesto el autor de Deborah Kruel y de Escribir en Barranquilla.

Para llegar al sitio en el que se realizarían las breves exequias, los 10 presentes caminaron desde la puerta del cementerio por un sendero pavimentado en medio de los jardines de tumbas y bajo el caliente sol de enero, mes en el que  Bacca nació, un día 21 del año 1938 en la ciudad de Santa Marta.

Miriam Arévalo, una de las asistentes y conocida como “la comadre” del escritor, solía acompañarlo a diligencias, citas médicas y algunas de las pocas salidas que pudo realizar desde el comienzo de la pandemia. Durante la velación se mostró bastante dolida por la partida de su ser querido, por lo que los familiares del escritor, repartidos entre Cartagena y Estados Unidos, agradecieron el apoyo que le brindó en todo momento.

También estuvieron allí la poeta María Matilde Rodríguez, el escritor Fabián Buelvas, la editora Zoila Sotomayor y la docente Gillian Moss, quienes recordaron en el camino de ida cómo para Ramón Illán Bacca “su familia eran los amigos”, en palabras de Sotomayor, y cómo era tan apreciado, aunque a veces “maltratado”, por el entorno cultural al que dedicó tantos estudios y ‘caminatas’ periodísticas.

También evocaron lo agradecido que se encontraba con las enfermeras de la Fundación Hogar Madre Marcelina, en la que se instaló a partir de marzo de 2019.

 

Una voz singular

Por la edad y por prevención, Bacca se vio en el último año imposibilitado para hacer una de las cosas que más acostumbraba: caminar por la ciudad, pasear, frecuentar librerías, tomar café y almorzar en compañía de amigos y de interlocutores diversos.

En Barranquilla, desde su establecimiento en los 70, desarrolló su obra literaria, periodística y académica y se consolidó como una de las más valiosas voces de la literatura del Caribe colombiano.

Como pocos, Bacca ahondó en columnas, crónicas e investigaciones académicas acerca del modernismo en Barranquilla y de figuras literarias como Gabriel García Márquez, Meira Delmar, Ramón Vinyes, Álvaro Cepeda Samudio, Marvel Moreno, José Félix Fuenmayor, entre otros; así como sobre las revistas y suplementos culturales que ocupaban las estanterías de la ciudad en el siglo XX.

Con perspicacia y fluidez habló de lo que se escribía, leía y comentaba en los tertuliaderos que fueron naciendo y desapareciendo en la vida cultural local.

Bacca también recopiló y prologó diversas antologías de cuento, periodísticas, y apoyó desde sus comentarios en columnas y en eventos literarios a los escritores jóvenes que encontraron en él a un autor siempre dispuesto a una interlocución honesta y desacomplejada.

Su curiosidad por las rarezas literarias, sus observaciones desenfadadas, “su colegaje siempre crítico, divertido y amoroso” —como resaltó este domingo el escritor barranquillero Giuseppe Caputo—, inyectaron de vida y de humor al medio artístico de esta ciudad a la que consideraba “más interesada en las letras de cambio que en las letras literarias”, tal como recordó Fabián Buelvas poco antes del velorio.

 Ahora, la frase que en tono dramático y cómico solía decir Ramón Illán (“esperemos que las parcas no lleguen todavía”) ya se cumplió. Y en gratitud queda recordarlo, leerlo. Como cierto día de diciembre en el que llegó en uno de sus viajes por barco a la ciudad y escuchó un arpa, una “cascada celestial”, en cuya música se sumergió sin saber ni poder averiguar después de dónde venía.

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