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Con figuras de cocordilo en las uñas, en una de sus tantas Farotas. Archivo particular Deyana Acosta Madiedo
Cultura

Alfonso Suárez, el cuerpo que se transformó a sí mismo en performance

El 29 de octubre falleció a los 71 años el artista momposino. Un homenaje a su vida y a su obra que desarrolló desde los 80’s en Barranquilla.

Al artista Alfonso Suárez Ciodaro, considerado por la crítica como pionero del performance en el arte colombiano, le gustaba silbar. Era frecuente que mandara audios a sus amigos a través de Whatsapp con uno de sus ‘soplos divinos’, como tituló a una de sus acciones en las que el cuerpo era la forma y el fondo de la obra. También podía hacerlo —soplar divinamente— en un funeral, en una acción que lo comprometía a él por completo: la vestimenta, los movimientos, la puesta en escena, la elección del momento, la gestualidad.

Y es que en Suárez todo arte era del cuerpo. De hecho, decir “cuerpo” como si se tratara de una parte adicional o una extensión de otra cosa, es inexacto, ya que él abordaba lo corpóreo sin desligarlo nunca del entorno o de su propia piel. Como dijo en una entrevista sobre Visitas y apariciones, uno de sus trabajos más recordados: “Soy un performance constante. Soy arte ‘vivo’ y mi arte se nutre del asombro, del hecho insólito, de lo imprevisto. En mí el arte es un hecho que no existe sin el espectador, como tampoco es posible sin la reflexión y el encuentro conmigo mismo”.

Después de aparecer, desaparecer y reaparecer desde los 80’s encarnando a diversos personajes que eran él mismo, Suárez murió la noche del pasado 29 de octubre —cuatro días después de su cumpleaños 71—, como consecuencia de un cáncer que en diciembre de 2019 empezó a hacer metástasis. Esto no le impidió asistir en febrero al Carnaval como miembro estelar de la comparsa Disfrázate como quieras, de la que hizo parte desde sus inicios en 1982.

Ya en 2014 había logrado recuperarse de una primera fase del cáncer. Por entonces, para representar su proceso de curación, volvió a traer a su personaje más conocido, José Gregorio Hernández —inspirado en el venerado médico venezolano que vivió entre 1864 y 1919—, con el que reapareció proyectando imágenes de la cistoscopia que le realizaron en el tratamiento, en una nueva puesta en escena de Visitas y apariciones. El mismo performance fue presentado en 2017 en Espacio El Dorado de Bogotá, que en su anexo lo nombró “un hito en la historia del arte” del país.

Por su obra, Suárez Ciodaro obtuvo primeros premios en el VI Salón Regional de Artistas (1993), en el XXXV Salón Nacional de Artistas (1994), en el VII Salón Regional (1995) y en el VIII Salón Regional (1997), así como una mención de honor en el XXX Salón Anual de Artistas Colombianos, en el Museo Nacional. En su fecunda trayectoria creó obras que eran instalaciones de performances como Hombre de dolores, 100% frágil, Fantasmata, Cuerpo virtuoso desconcierto, entre otras.

Alfonso Suárez como El Hombre Rana. alfonsosuarez.com.co

Los baúles familiares

 A algunos familiares, amigos y colegas les tomó por sorpresa el agravamiento de su cáncer de vejiga. Tenía proyectos en proceso, como los que sacaba del baúl del segundo piso del caserón amarillo de su infancia en su natal Mompox, en Los Portales de la Concepción, Calle de San Juan, donde creció entre aromas alcanforados, antigüedades y posesiones familiares.

“De todos esos objetos que poblaban esa casa y que a menudo se evocan en mis obras hay unos que aún disfruto y me siguen acompañando con su magia. Son ocho baúles de materiales diversos que siempre estaban abiertos a mis manos curiosas”, escribió en una nota de prensa sobre El Ribereño, presentado por primera vez en Santa Marta en 1997, según documenta su sitio web alfonsosuarez.com.

Entre los materiales había “tarjetas postales en tono sepia, manchadas de humedad, fotografías, vestidos, cartas de amor y de las otras, libros en francés, italiano y latín, zapatillas ‘decó’, disfraces, sombreros y mil objetos más que me hacían entrar en un mundo que olía a recuerdos”.

El olor de esos recuerdos le evocaba a sus antepasados italianos por parte de su madre, Yolanda Ciodaro di Filippo, hija de inmigrantes y oriunda de Mompox, fallecida en Barranquilla en agosto de 2009. Su padre, Luis Alfonso Suárez Pachecho, de Ocaña, Santander, había muerto, también de cáncer, 5 meses antes del nacimiento de Alfonso.

Con los tesoros de esos baúles, el niño Alfonso construía altares, o llenaba un maletín de médico con algodón y goteritos para jugar que operaba a sus primos. De ese otro baúl que también era Mompox, y de su río, extrajo uno de sus personajes más vistosos: El Ribereño, vestido como las Farotas de Talaigua, danza de origen momposino que decía disfrutar desde los cinco años. Precisamente esta obra la dedicó a su tía, Alicia Di Filippo Cuna, quien apoyó sus incursiones en aquellos baúles.

“En 1971 me casé con un barranquillero y a finales de ese año Alfonso se fue vivir conmigo. Toda la vida estuvimos juntos”, dice su hermana Regina Suárez desde su casa en la calle 95, última morada de ‘Fonchi’, como lo llaman sus seres queridos. “Comenzamos viviendo en la calle 74, entre 20 de julio y 44, diagonal al busto de ‘Esthercita’. Después en la carrera 42 con 78. Entonces nacieron mis hijos y volvimos a mudarnos”.

Con la voz entrecortada por la muerte reciente de su hermano, Regina cuenta que actualmente el caserón es una “boutique muy linda”. Y que los baúles ahora son más y más grandes, por todo lo que dejó Alfonso de sus proyectos: telas, juguetes, bisutería, fotos, textos, dibujos,  archivos de prensa, etcétera.

No paraba

La organización con la plata ayudaba a subsistir a Alfonso. “Era un artista muy frugal, reutilizaba la ropa o le hacía variaciones; le encantaban las telas de lino auténtico que reciclaba de los baúles.

 Era muy ascético y no le gustaban las deudas”, dice Deyana Acosta Madiedo, gestora cultural y amiga suya desde finales de los 80’s.

La pintora Magola Moreno explica que los dineros de los salones que ganó los ordenaba de tal manera que pudiera usarlos por años. “Cada centavo lo cuidaba. Siempre tuvo el apoyo increíble de su hermana. Pero le tocó duro. Yo le decía que era un artista muy importante, y que en algún momento los museos iban a reaccionar”, añade Moreno.

La pintora relata que “una vez, en una comida-fiesta” en su apartamento, “se metió al baño y salió, desnudo, cubierto de espuma de pies a cabeza, luego hizo un desfile por la pasarela, regresó al baño y se cambió”.

Por su parte, el artista plástico y docente Fernando Castillejo lo describe como “una persona exhibicionista, regodeado en la belleza de su cuerpo, supremamente expresiva y con una disposición hacia lo actoral, muy histriónica. Para él las cámaras estaban prendidas siempre. No paraba”. 

De sus obras menciona Pesadillas del Hombre Rana, una instalación en la que Suárez evidenció su preocupación por la contaminación del mar, pero también la manera como volvía con recurrencia a sus personajes y los transformaba, como a sí mismo. Sueños del Hombre Rana consistía en un álbum fotográfico, y Quejidos del Hombre Rana, una instalación y performance con los que criticó la contaminación en las playas de Puerto Colombia y Salgar. En los registros fotográficos se le ve con sombrero de bañista, gafas y aletas en los pies, o pintado con piel verde de rana, además de dibujos y muñecos de buceadores.

Del performance ‘Cuerpo virtuoso desconcierto’ y en el personaje del médico José Gregorio Hernández. Archivo particular Deyana Acosta Madiedo

Cuerpo dolido

 “Alfonso es un pionero. Cuando nadie hablaba de performance en este país, él ya estaba haciéndolo. Era de un municipio supremamente conservador, conectado por el río, pero aislado de las tendencias artísticas. Él fue un pionero y en esa medida no fue muy entendido su arte”, dice Deyana Acosta Madiedo.

El fotógrafo Rubén Darío Mejía acompañó a Alfonso registrando y colaborando en sus performances. “En los momentos previos a sus presentaciones se ponía insoportable”, cuenta. Sentía nervios, ansiedad. “No se soportaba ni a él. Contestaba mal, si había licor se lo tomaba desesperado. Estaba como en un trance hacia la obra, pero cuando empezaba ya estaba completamente metido, la transformación era impresionante”.

En trabajos como 100% frágil, recuerda Mejía, Alfonso llegó a lastimarse fuertemente por las cuerdas durante la acción, en la que se metía en una bolsa con la que se exporta la carne y quedaba atado de pies a cabeza. En el XXVI Salón Nacional adicionó un montacargas sobre el que quedó exhibido y amarrado, en un comentario a la fragilidad de los cuerpos y a la intensidad del dolor que padecen.

En Carnaval

Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo y miembro de Disfrázate como quieras, comenta que la participación de Alfonso en el Carnaval “era un performance”, y que algunos de sus actos artísticos le sirvieron de “referencia para sus vestidos del Carnaval”. Era muy carnavalero, “en el sentido de que él sabía que en la fiesta del Carnaval había una fuerza que a él lo convocaba”.

Vilma Gutiérrez, directora de la comparsa, dice que Alfonso “no se disfrazaba sino que se vestía, se apoderaba de su personaje, lo actuaba, lo hacía vivo”. Así encarnó anualmente a la viuda de Joselito, o a una Farota con flores y uñas de cocodrilo. Gutiérrez dice que apenas la pandemia lo permita le harán un homenaje, como en la edición en la que todos en la comparsa se disfrazaron de Farota, o como en su momento lo homenajeó la Carnavalada, cuando se había recuperado del cáncer.

Abello Banfi agrega que Alfonso “sabía que estaba haciendo un espectáculo artístico con su acción de Carnaval. Respetaba mucho la fiesta y no participaba de cualquier manera, sino con todo el esmero y el amor”.

Con iguales esmero y amor Alfonso se transformó en cada personaje que imaginó, como cuando le hablaba a sus amigos de los performance que había hecho o de los que quería hacer.

Sobre un montacargas durante el performance ‘100% frágil’. alfonsosuarez.com.co
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