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Con la misma vara...

A continuación un amigo lector, que desea incursionar en el mundo bloguero con el género costumbrista, y que antes nos colaboró en Retazos IV, deja una segunda experiencia personal...

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En el barrio en el cual me crié había unas mellas cuyas cualidades físicas dejaban de inmediato flechados a todo el que las mirara, y ni que decir de los que ya llevábamos tiempo conociéndolas; chorreábamos la baba por ellas.

Pero a pesar de los cientos de admiradores que arrastraban nunca se les conoció novio. A sus veinte años de edad ya habían rechazado las propuestas de amor, decentes e indecentes, de prácticamente todos los hombres solteros y casados del barrio, y de muchos más allá.

Un jueves cualquiera, por la tarde, los muchachos de por mi casa sacamos una línea para jugar fútbol con los de la cuadra siguiente, y me dirigía, descalzo, con los guayos y las medias en la mano y la camisa en el hombro, para la cancha de arena que queda detrás de la iglesia, y cuando pasé por la casa de las mellas giré la cabeza con la intención de ver a cualquiera de las dos, pero sorpresa mayúscula experimenté cuando el papá de ellas, el señor Jaime, me llamó en forma desesperada desde una de sus ventanas y al acudir a su lado me rogó que lo ayudara a reparar una tubería rota en el baño de su cuarto principal, pues el agua ya casi inundaba la casa.

En pocos segundos ya estaba en el baño tratando de ver qué podía hacer.  El señor Jaime me dice: “Mijo, muchas gracias por venir a ayudar, mis hijas y yo hemos intentado reparar esto pero en dos horas no lo hemos podido”, asentí preocupado, temía defraudarlos, que era a lo que me encaminaba, pues no tenía ni la menor idea de cómo reparar un tubo. Sudando y enfrascado en la difícil misión me encontraba cuando miro hacia un lado y veo aproximar a una de las mellas, vestía una pantaloneta y un suéter blanco, estaba empapadita, y sin brasier ¡Ay Dios! Casi me desmayo producto de la impresión, y de inmediato me asaltó un deseo irresistible de jugar al 5 contra 1, pues yo tenía la edad de las mellas (veinte años), era soltero y no tenia novia y la única forma de salir de ese estado de agitación visual y corporal era con mis fieles amigos: meñique, anular, medio, índice y pulgar.

La camisa, los guayos y las medias las había dejado tiradas en la terraza de la casa, solo traía puesta la pantaloneta y el agua que caía sobre mí me estaba preparando una mala jugada, pues ya no me podía parar porque mi “amigo” ya lo estaba. Imagínense, tenía a la izquierda a una despampanante chica que nunca antes un hombre había tocado, pero a mi derecha tenia al señor Jaime que preparaba el pegante para la tubería, no sabía qué hacer, no pensaba, no escuchaba, solo me limitaba a respirar y a pedirle a Dios que por favor le mandara un chorro de agua helada a “mi amigo” que estaba cual carpa de circo.  La vergüenza sería adulta si era visto en ese estado.

Entonces sonó el timbre de la casa, y el señor Jaime salió a atender la puerta, escuché que se trataba del asesor de un concesionario de carros que le notificó que el crédito para su vehículo estaba aprobado, y que debía acudir enseguida a las oficinas a firmar los respectivos documentos; eso fue una explosión de júbilo, el señor Jaime y las mellas gritaban de felicidad. Una de las mellas se acercó y me dijo que si lo deseaba partiera y que dejara lo de la tubería por el momento así, que ellos cerraban el control principal del agua, que agradecían mi gesto, pero que entendiera que todos deseaban ir al concesionario, y en el preciso momento en que la mella me contaba oigo que llega la señora Margarita, esposa del señor Jaime, y madre de las mellas, y, aunque también grita de alegría por la noticia del vehículo, prefirió no acompañarlos a buscarlo con la excusa de encontrarse muy cansada a causa de una ardua jornada laboral y porque necesitaba en forma urgente una reparadora ducha. Aproveché la circunstancia para decir a la mella que me quedaría para terminar de reparar la tubería; y es que, igual, temía levantarme,  pues mi “amigo” continuaba erguido con furia.

Las mellas y su padre se fueron felices con el asesor y olvidaron decirles a la mamá que yo estaba en el baño del cuarto principal. Entonces, incapaz de resistir un minuto más y con un poco de susto (por la presencia en la casa de la señora) aproveché para iniciar el partido del cinco contra uno, lo hice con seguridad porque no dudaba que con las ansias que me embargaban el encuentro no tardaría más de treinta segundos,  pero de pronto entró al baño la señora Margarita envuelta en una toalla y ambos gritamos asustados,  ella exorbitó los ojos al ver lo que yo sostenía en la mano.

Guardé con rapidez dentro de la pantaloneta la prueba reina y luego bajé la cabeza,  totalmente apenado, y solo pude balbucir: “¡Qué pena, señora, no es lo que piensa, solo me estaba rascando!”. Ella tomó aire, y luego exclamó entre molesta y sorprendida: “¿Rascando de arriba abajo con la palma de la mano cerrada alrededor del miembro? ¡Míralo, todavía está parado y amenaza con romper la pantaloneta!”. No supe qué decir, ella continuó: “La culpa es de Jaime por no advertirme que estabas en el baño”, luego, para mi sorpresa, se acercó y acarició mi cabello al tiempo que decía: “¿Por qué un joven tan guapo como tú hace eso? ¿Es que no fuiste capaz de esperar a estar con tu novia? Con voz temblorosa respondí que carecía de novia, y luego le rogué que guardara el secreto de lo sucedido. Ella asintió y dijo que me comprendía, pues a pesar de que tenía esposo, este poco la tocaba, y que con sus treinta y ocho años de edad todavía necesitaba de un macho. Su marido Jaime solo pensaba en negocios, en su carro y en otras cosas, menos en ella. Me confesó que este llevaba más de ocho meses sin ponerle un dedo encima y a veces también a ella le tocaba recurrir a lo que hice yo, a las manos. Su revelación fue acompañada de una caricia en mi mejilla; palidecí, mi corazón empezó a latir a mil por minuto y mi miembro que ya había pedido un poco de dureza, se sopló nuevamente hasta casi reventar. Entonces arrebaté la toalla de su cintura y la recosté a una pared del baño.  Fue un momento inolvidable, nos amamos por horas, y a pesar de mi poca experiencia en el asunto, reparé el caño de la familia a la perfección, aunque la humedad fue lo que más me costó.

En los días siguientes no pasé por esa casa, me daba pena con el señor Jaime y con sus hijas, que aunque ignoraban lo que había pasado, no podía evitar que el cargo de conciencia me  embargara.

Un mes más tarde viajé a  Bogotá por un trabajo. Regresé un año después de culminar un contrato. Apenas llegué a casa me reuní con varios amigos en la tienda de la esquina y empezamos a tomar cervezas, de pronto llegaron las mellas, cada una cargaba en brazos a una bebé, de aproximadamente cuatro meses de vida. Uno de mis amigos me contó que la señora Margarita volvió a dar a luz después de dieciocho años, a otras mellas. Saqué cuentas mentales y no me quedaron dudas, eran mías. 

Busqué la manera de ir a la casa de la señora Margarita y esta se dio un domingo después. Estaba la familia reunida, un flamante auto estaba aparcado en la puerta, pasé por el frente y Margarita al verme me llamó e invitó a un sancocho de mondongo que realizaban en honor al cumpleaños del señor Jaime y luego me dijo quedo que debíamos hablar a solas.

Un mes después alquilé un apartamento y me fui a vivir con Margarita, las mellas me quitaron el habla y solo llamaban a la madre para preguntar por las bebés.  El señor Jaime se fue de la ciudad, incapaz de soportar la vergüenza. Margarita me confesó que desde que empezamos nuestro idilio en un baño, ese sitio de la casa y el agua la excitaba y le traía gratos recuerdos, respondí con sinceridad que conmigo ocurría igual, y desde entonces el bañó desplazó a la cama como nuestro sitio predilecto para amarnos.  

A los seis meses tocaron a la puerta del apartamento, era una caravana de un centro comercial anunciándome que había ganado un carro cero kilómetros a través de un sorteo por la compra de pañales para bebés; obviamente, salté y grité producto de la felicidad y luego fui con la caravana a reclamar el premio. De la emoción olvidé poner al tanto a Margarita. Regresé a casa después de tres horas y, ¡vaya sorpresa!, había agua en el cuarto y en el baño principal, y también un plomero en el apartamento, con Margarita. Lo único que expresé fue “¡Nooooooooooo!”

Jorge Gutierrez Gutierrez

 

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ansapehindu@hotmail.com

@SampayoAntony

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