El Heraldo
Opinión

#YoTambién

La violencia no es un tema de géneros, hace parte de la condición humana. Nuestro instinto animal se manifiesta de múltiples maneras. Para nuestra desdicha, en los oscuros laberintos del terror muestra su lado más amargo, esa cara desfigurada. Ese pedazo sombrío que se evidencia o maquilla a la perfección. Todos podemos ser víctimas y victimarios. El problema es que ser mujer en medio de esta realidad delirante, en un mundo protagonizado por hombres, en donde ellos han contado la historia y dominado el espacio, puede ser doloroso, injusto y hasta peligroso. 

En pleno siglo XXI, ya se puede acariciar el futuro. En Occidente vivimos las libertades que ofrecen los derechos y las democracias. Por fin, las mujeres somos libres. En apariencia, lo somos. En profundidad, la represión sigue siendo nuestra mayor condena. La falta de educación y de cultura es un puñal directo a nuestra existencia. El machismo y la violencia son temas sociales. El ser humano convierte actitudes anormales en cotidianas. Nos encanta legitimar determinados tipos de violencia. Aceptamos lo inaceptable. Sin embargo, las redes sociales abrieron una ventana por medio del hashtag #YoTambién. Las mujeres empezaron a contar abusos a los que han sido sometidas, a arrancar esa costra sociocultural bajo la que han sido subyugadas, a denunciar desde esa mirada fuera de lugar en la calle hasta el tipo que mata a punta de golpes. Y es escalofriante. Y sigue pasando… nos une la violencia. 

#YoTambién

A los 10 años vivía en la casa de mi abuela con mi mamá y mi hermana. Un primo vivió una temporada con nosotras, era un chico problemático pero respetuoso. No imaginé que sería capaz de hacer algo malo. Mi mamá dormía en una habitación, mi abuela en otra y mi hermana y yo juntas. Él dormía en el estudio o con mi abuela. Una noche mi mamá se quedó con mi hermana y dormí sola. 

Sentí que alguien entró y enseguida me desperté. Noté que algo no estaba bien así que me hice la dormida. Se sentó en la orilla de la cama. Empecé a temblar. Percibí su olor y supe que era él. Esta vez no venía a jugar o hablarme de música. Sin entender muy bien qué pasaba sospeché que me quería hacer daño. Me aferré a las cobijas y se convirtieron en mi armadura. 

Me acarició el pelo, luego la espalda, estaba a punto de llegar a las nalgas y se cayó un objeto al piso. Él enseguida dejó de tocarme y a los pocos segundos salió de la habitación. Corrí a cerrar la puerta con seguro. No iba a permitir que volviera a entrar. Esa noche no dormí. Lloré. No sé si intentó entrar de nuevo. Me aseguré de que no lo hiciera y esperé a que apareciera el sol para ir a buscar a mi mamá. Cuando llegó el momento no fui capaz de contarle. Ese silencio jamás lo voy a comprender. Tenía claro que si entró una vez, lo haría de nuevo. Mi hermana no sería un obstáculo. Así que desde ese día lloré y lloré alegando que tenía pesadillas y no podía dormir solo con mi hermana. La señora que cuidaba la casa durmió con nosotras desde entonces hasta que él se fue. Nunca lo enfrenté. Quedé con ganas de hacerlo. 

Así que aprovecho este espacio: sé lo que hiciste. Menos mal y no pasó a mayores. Menos mal fui lo suficientemente fuerte para ponerle seguro a esa puerta y entender que mi blindaje en las noches era dormir con un adulto. Menos mal tuve la opción de elegir. 

Y ese es el mayor problema, muy pocas veces se tiene la oportunidad de elegir.

@MariaMatusV

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