Siempre he querido conocerla, oírla, establecer diálogo con ella y preguntarle un par de cosas, más que un par. En dos oportunidades estuve cerca de entrevistarla pero, ambas veces, algo inesperado pasó y, en la puerta del estudio con el micrófono encendido, la llamada se cayó, la interferencia y el tiempo fueron barrera y al lado de la silla donde reposaba mi expectativa, quedaron también las preguntas sin respuestas. Los días de radio son así, traen esas dichas y desdichas, hay personajes que se llaman toda la vida y responden en medio de la noche, en la alucinación y el desvelo.

Poco creo en las casualidades, sus testimonios me persiguen tanto como los relatos de Oscar Ruggeri, otrora líder y bastión de la defensa de la selección Argentina de fútbol campeona en México 86. Me aparecen en las esquinas, a la vuelta de la tienda, en las revistas de hoy y de ayer y, claro, por obvias razones, en el teléfono móvil que comanda el ojo que todo lo ve y todo lo oye.

“La globalización ha funcionado para las drogas, las armas, el dinero y la corrupción, pero no para los seres humanos”

La escritora en español más leída del mundo, Isabel Allende, de 78, y con más de 74 millones de libros vendidos, es la aurora de la frase. Lo dijo recientemente, en una amable y cálida entrevista a un medio español, publicada el fin de semana anterior, entre confesiones de amor, arrepentimientos, reivindicación con la humildad y la simpleza, dejó esa bomba trabajando en mi mente, por menos en la mía.

Tiene razón, que difícil se ha hecho globalizar lo humano, no debería existir nada más universal que el desarrollo de las cualidades de un individuo, sus facultades, su sensibilidad, su inteligencia, su ética, sus atributos.

La contemplación de sus posibilidades, la estructura de la verdad y en ella, la belleza.

El funcionamiento del cuerpo humano es ejemplo de un sistema que encarna perfección, pero el funcionamiento del ser, sus valores, y su conducta, parecen maltrechos, mal queridos, irrespetados y llevados a su mínima expresión, quizá por los mismos dueños de cada ser o por quienes tienen la perversa costumbre de administrar seres hipotecados por el miedo y la falacia, por la maldita búsqueda de todo lo efímero, lo que mucho vende y poco dura, lo que es motor de inquietud en sociedades llenas de ansias y de afán.

Si tan solo se concibiera darle espacio a la conciencia y como ejercicio de nobleza por un día, por un solo día, se convocara a la exaltación de los valores, de lo humano, de lo virtuoso, de lo ético, de los hechos que brillan por estar arropados de amor, de honestidad, de justicia, de paz y de respeto. Si tan solo por un día pudiéramos mezclar esos matices como fuente de integración universal, de desarrollo, de crecimiento, de unidad y de expansión, de armonía, de equilibrio, en aras demostrar que no somos inermes, que nos salva la moral, que hemos aprendido, que como humanos hemos recibido una tremenda lección con lo vivido durante este año. Que no ha sido en vano, que optamos por pertenecer a una nueva era y en ella y con ella, también a un nuevo relato, a un pequeño relato nuevo inspirado en la fuerza de lo indestructible, en el valor que representan los valores más que las valentías.

Si tan solo lo hiciéramos un día, podríamos tal vez, despojarnos de otros días negros y prolongar los luminosos día a día.

Nota: A la señora Allende, la seguiré buscando.