Ni Flux, ni Flow
Ni flux, ni flow, a quienes deseo la mejor de las suertes, podrán ser los dueños de la sorpresa enorme que nos produce pensar en alguien y que alguien nos piense, con la grata fortuna de contestar al instante el teléfono y oír su voz, o poder abrazarle al cruce de la calle, en la esquina próxima en el sagrado encuentro con lo inesperado. Lo inexplicable, hace parte de la magia de vivir y alimenta lo que nos mantiene vivos, la ilusión.
Siempre he creído que de todos los sistemas de comunicación existentes, hay uno que conserva la magia de lo indescifrable, algo de misterio y un mundo fascinante detrás de su sistema operativo.
La telepatía: milenaria, profunda, íntima, silente, avanzada y sin límite, guarda códigos internos que pueden exponer el alcance de la mente de un ser humano, su poder real.
El mundo desconocido que habita en cada uno de nosotros y del cual solo se han ocupado algunos pocos, es un universo de posibilidades que advierte múltiples caminos e interpretaciones, pero aparentemente, deja al descubierto, que dedicamos más tiempo a lo que se toca y lo que se ve, que a lo que siente y presiente.
La transmisión de contenidos psíquicos entre personas sin que intervengan factores físicos conocidos es en mi opinión, el tipo de comunicación más llamativo en la historia de la humanidad. Comunicarse con la mente sin el uso de otros sentidos, transferir un pensamiento y que llegue a su destinatario sin que lo abrace el mundo de las mal llamadas coincidencias, constituye un planteamiento apasionante.
A todos nos ha sucedido alguna vez, y aunque la ciencia se abstenga de dar un manifiesto exacto de su existencia comprobada, ha dejado puertas abiertas que dan evidencia de ella, las cuales registra con emoción el más sensible y entre dientes mastica el más escéptico.
La tecnología que parece inmiscuirse en todo y tener la llave que todo lo comprueba y que hace posible que la fantasía se convierta en realidad para los incrédulos, también navega en esta escena.
Flow y flux es la más reciente creación de una empresa estadounidense, son dispositivos, instalados en un casco, que registran los cambios en el flujo sanguíneo y las reacciones electromagnéticas del cerebro en tiempo real, lo que, según ellos, hace posible saber lo que pasa por nuestra cabeza. Los sensores son capaces de analizar los impulsos a la velocidad del pensamiento. Flow mide los cambios de oxigenación de la sangre en el cerebro ante un estímulo y Flux mide la actividad electromagnética cerebral, si se envía la información y se logra conectar a un ordenador, creen poder descifrarla, interpretarla, y así, leer los pensamientos. Harvard Medical School y la universidad de Texas entre muchos otros institutos y compañías, han solicitado los cascos para mayor estudio. Por otra parte Marc Zuckerberg proyecta un sistema que hará que lo que piensas se escriba en el computador sin tocar una tecla. Así pues, la inteligencia artificial toda, se dedica e invierte miles de millones para demostrar que es posible lo que ya sabemos que es posible.
A veces pienso que ya todo lo sabemos, que ya todo lo vivimos y que por alguna razón, existe una extraña necesidad de demostrar con hechos ciertos, lo que fenómenos extrasensoriales, aún más ciertos, legitimados además por la cotidianidad de las masas, nos relevan. Recordemos que también en este sentido la intuición se considera una forma de comunicación perceptiva.
Ni flux, ni flow, a quienes deseo la mejor de las suertes, podrán ser los dueños de la sorpresa enorme que nos produce pensar en alguien y que alguien nos piense, con la grata fortuna de contestar al instante el teléfono y oír su voz, o poder abrazarle al cruce de la calle, en la esquina próxima en el sagrado encuentro con lo inesperado. Lo inexplicable, hace parte de la magia de vivir y alimenta lo que nos mantiene vivos, la ilusión.
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