Quisiera conocer su historia, saber qué pasó con su vida, ¿cómo creció? ¿Quién le arrulló en sus brazos? ¿Dónde dio sus primeros pasos? ¿Cómo fue su adolescencia? Si logró sobrevivir al dolor, o si pudo suturar la herida que dejó la desesperada o generosa - que se yo -  decisión de sus padres en ese instante.  ¿Quisiera saber qué siente cuando ve esa fotografía? Saber si al final, tuvo derecho a una vida digna después de, como dicen muchos: “nacer en el infierno.”

La imagen del bebe en Afganistán pasando por el muro perimetral sobre el alambre de púas de mano de sus padres a manos de un militar estadounidense, es devastadora, desgarra el espíritu, produce, sin importar la razón y el desenlace, dolores de alma, tristeza profunda, desvelo y sollozo, pasará a la historia. He llorado al verla como lo han hecho los soldados de las tropas de las potencias mundiales al vivirlo en sangre propia, y al margen de la información oficial del pentágono que advierte el reencuentro del bebe con su padre, ha quedado al descubierto una realidad que maltrata y avasalla.  

El 66% de los niños que nacen en Afganistán no llegan a su cumpleaños número 6. Es el país donde más bebes mueren al nacer. El 87% de los partos ocurren en condiciones precarias por el sistema de salud y por los hombres que no dejan salir a sus esposas en busca de asistencia médica. El 40% de los que sobreviven no va nunca a una escuela. La tasa de mortalidad es de 257 niños por cada 1000. Según Unicef, más de 10 millones de niños en Afganistán necesitan ayuda humanitaria. Un millón sufrirá desnutrición, 4.2 millones no tendrá escolarización. Junto a Pakistán y República Centroafricana lidera el ranking de los peores países del mundo para nacer. Naciones Unidas reporta desde enero más de 2000 violaciones de los derechos a la infancia. 

Se estima que 75% de la población sufre de estrés postraumático y trastornos psicológicos graves. 

Los niños afganos no tienen protección, salud, educación, ni posibilidad de jugar. Es  desolador, las cifras producen más mareo que las imágenes mismas. Este es el mundo que arrebata la ilusión, que condena, que obliga a quienes tienen que vivir en medio de esta catástrofe a entregarlo todo, hasta perder la posibilidad de amar de cerca por buscar en el aire y en otros brazos, un mejor viento para quienes vinieron de sus vientres. 

Cuánta gratitud debemos por todo lo que reposa en nuestras vidas y cuánto dolor se puede sentir también, y al mismo tiempo, con el dolor ajeno. 
¿Cómo arropar los sueños rotos de las poblaciones vulneradas? De las cercanas y de las lejanas. Siempre hay una forma de hacerlo, nada es poco, el menor esfuerzo puede significar la hermosa posibilidad de respirar y de sonreír.  

Quisiera viajar en el tiempo y conocer su historia, la del ser que cruzó el muro y el hilo de metal, con su padres o sin ellos, saber qué pasó con su vida, ¿cómo creció? ¿Quién le arrulló en sus brazos? ¿Dónde dio sus primeros pasos? ¿Cómo fue su adolescencia? Si logró sobrevivir al dolor. ¿Quisiera saber qué siente cuando ve esa imagen?  Saber si al final, tuvo derecho a una vida digna después de, como dicen muchos: “nacer en el infierno.”