La otra realidad
Está en nuestras manos resaltar un universo de hechos que también pueden ser noticia. Crear escenarios que alimenten el anhelo y hagan visible lo invisible para no enfermarnos más.
A cuántas personas conoce? ¿A cuántas ha visto en el transcurso de su vida? ¿Con cuántas ha tenido más que un contacto visual? ¿A cuántas recuerda?
¿Cuántos caminos se han cruzado con el suyo? Y el suyo, ¿con cuántos más se ha cruzado?
Si nos detenemos a pensarlo un par de minutos se dibujarán tejidos como redes en nuestra memoria, recordaremos rostros y lugares que jamás imaginamos traer al presente, pero rápida e inevitablemente perderemos la cuenta y todo se desvanecerá, regresaremos de nuevo a este lado del camino donde lo absoluto es lo mismo; pero ojo, habremos logrado dos cosas importantes:
Lo primero, haber traído a este plano innumerables instantes que nos comprueban que nuestra vida está compuesta de millones de fragmentos en los que se alojó un recuerdo, una percepción, una idea de lo que fuimos y, muy seguramente, una semilla que creció en medio de la vasija con la que todos recorremos el camino en busca de tiempo y espacio.
Habremos entendido que en la memoria de otros también reposa nuestra sonrisa y nuestro llanto, un saludo cordial, un tanto de tristeza, algo de miedo y explosión, nuestra ternura o inocencia. Un rocío de incomprensión, un grito de gol desenfadado, un reclamo, una taza de pasión y un beso enmascarado.
Lo segundo, vamos a querer repetir el ejercicio para evocar instantes que reposan en el olvido.
Chimamanda Ngozi Adiche nació en Nigeria en 1977, es una narradora brillante, ha sido reconocida con diferentes distinciones internacionales que exaltan su talento y la describen, como bien lo hizo alguna vez el diario El País de España, como “una escritora universal”
Chimamanda alerta en su manifiesto “El peligro de la historia única” sobre el terrible riesgo de reducir a una persona, un país o una cultura a un solo relato, afirma con seguridad: “El relato único priva a las personas de su dignidad…. cuando entendemos que nunca existe una única historia, recuperamos una especie de paraíso”
¡Qué gran verdad! No somos una sola historia, no somos un solo color, detrás de cada hecho hay un caudal de microinstantes que son abanico y son crisol. Lo que somos para unos, no lo somos para otros. En las esquinas de nuestra existencia duermen flores secas y habitan rayos de luz de media noche. Quedarnos anclados en un solo discurso es castigar nuestras ciudades y sus gentes. La sombra es una representación limitada de nosotros mismos, omite la piel y los tejidos, también lo que sentimos. Las nubes que transitan la ciudad no la ausentan de su luz, son solo cortinas móviles y también esconden su arco iris.
Es necesario en medio de la dificultad real que atravesamos, con inmensa responsabilidad e infinito respeto, adoptando todos los cuidados y precauciones pertinentes, evitar caer en la historia única del virus, debemos recordar por un instante que hay otras cosas sucediendo, invitar esos relatos a la mesa, compartir con quienes más lo necesitan, algunos de ellos, pues sin duda, pueden fabricar esperanza. Ofrecer parlante a quienes pueden ser inspiración y enseñarlo con amor a quienes batallan frente a la pandemia para llenarles de ánimo y de luz. Retratar el orden en medio del caos puede ser motor y alivio. No dejar en abandono las ideas que surgen, los motivos que invitan, las comunidades que avanzan, los sectores que se movilizan, las vivencias que edifican. Está en nuestras manos resaltar un universo de hechos que también pueden ser noticia. Crear escenarios que alimenten el anhelo y hagan visible lo invisible para no enfermarnos más. La historia única puede estar, en este caso, a punto de borrar de la memoria el cuerpo sano y el progreso reciente que respiramos con orgullo, y de desaparecer la ilusión de quienes construyen la otra realidad. La que también es verdad y aún no está infectada.
No somos una historia única.
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