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Opinión

“Fratelli Tutti”

Don Roberto se parece a ella y encarna en él, el mensaje de la carta encíclica “Fratelli tutti”, la tercera del papa Francisco.

Don Roberto vende café en la mañana y en la tarde, recorre las calles de la ciudad con destreza y goza de las horas en las que sus termos de plástico se vacían dejando como único rastro de su jornada de trabajo: el aroma, el mismo que envuelve su piel y su sonrisa. Se protege del sol con una gorra azul oscura y con unos lentes que dejan entrever sus ojos.

La manga larga va por debajo de la manga corta, así, sus brazos no sufren. Terciado al hombro, un canguro-mochila con dos bolsillos, uno en cada costado. En el frontal, de cara externa; el cambio, en el otro de cara a su corazón: una estampa de la virgen del Carmen y otra de Jesús.

A pesar de tener sus manos siempre ocupadas sirviendo un tinto, una avena o un “corozo” o ajustando el volumen de su parlante para que siempre suene alto, Roberto se hace pulpo y con los brazos de su empeño logra, al mismo tiempo, atender su aspecto, revolver próximo café, recibir de las manos de un buen samaritano un par de monedas de propina y como si fuera poco, saludar con el dedo gordo de su mano izquierda en arriba, en demostración de bienestar.

Lo dice en voz alta: “mi música es para mis clientes y mi alegría, para la vida” 

Siempre lleva música y, aunque canta y tararea canciones de despecho, jamás se ve triste.

Tiene una mirada dulce, es de esos hombres que nada esconde, desparpajado pero respetuoso, en sus frases se lee rápidamente una profunda ternura, su ser esboza un buen amigo, un buen esposo, un buen padre y, como él mismo se describe: “siempre un buen hijo”

Su energía es magnética, sus clientes lo quieren, el café es un pretexto para ambos, para todos, pero eso sí, sabe mejor porque viene de sus manos. Es un hombre bueno, generoso y fraternal.

Don Roberto me recordó al Papa Francisco. Al margen de cualquier filiación religiosa, las cuales respeto todas y, con muchas de ellas encuentro amplias empatías, siento que cada vez que el habla, reordena ciertas apreciaciones desdibujadas con respecto a la guerra y la paz, al respeto, a la igualdad, a las relaciones interpersonales e interreligiosas, a la propiedad privada y al individuo entre otras. Francisco, como muchas veces él mismo pide que le llamen, expone sus tesis y planteamientos de forma simple y de fácil interpretación y apropiación.

La semana pasada el 4 de febrero, días antes de yo haber conocido a don Roberto, tuvo lugar la primera jornada internacional de la fraternidad humana, declarada de manera unánime en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 21 de diciembre de 2020. En esta ocasión se reunieron de manera virtual el Gran Imam de al-Azhar Mohamed Ahmed El Tayyeb, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres y, por supuesto, el Papa Francisco. Los tres alzaron su voz para construir un presente adherido a la fraternidad con la idea de ponerle fin al individualismo desenfrenado que traíamos antes de la pandemia. Una vez más el Papa volvió a avivar la llama de la hermosa, necesaria y generosa iniciativa que consiste en vivir en armonía.

Don Roberto se parece a ella y encarna en él, el mensaje de la carta encíclica “Fratelli tutti”, la tercera del papa Francisco, que también está incluida allí y que invita a la fraternidad y la amistad social, dos virtudes que se extinguen en la tierra.

Como San Francisco de Asís, fuente de inspiración del Papa, Don Roberto, mi amigo, también se siente hermano del sol, del mar y del viento, siembra alegría en su caminar y, cada vez que su carro de bebidas avanza, el crece y contagia de su bella energía a sus invitados de andén, nos abraza y nos invita a ser cercanos, a ser amigos, a ser amigos todos.

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