La pequeña isla de El Hierro, en las Islas Canarias, ha encadenado dos semanas ininterrumpidas durante este comienzo de 2018 autoabasteciéndose energéticamente merced a sus generadores eólicos. O sea, que durante quince días toda la electricidad consumida en esta isla española ha sido producida por molinos de viento. ¡Hermosa imagen del país de El Quijote! Arrojadas al Atlántico por volcanes antiguos como el majestuoso Teide, las Islas Canarias son el paradisiaco enclave del que antaño procedían todos los galeones primero y navíos de línea después que de España venían al Caribe, pues en esas islas nace el colosal soplido al que llamamos vientos Alisios y que atempera las cálidas temperaturas de, entre otras, la ciudad de Barranquilla. No es de extrañar, pues, que en una de ellas, la espectacularmente bella El Hierro, se optara por vivir del aire.
Imaginen las colosales aspas de los aerogeneradores, molinos venidos del futuro, girando y girando agitadas por los tibios brazos del dios del viento, de un Eolo generoso que alumbra las viviendas de los isleños, que enciende sus microondas y sus lavadoras, que ilumina sus calles y da vida a sus ordenadores. Buenos son los dioses que sonríen a los hombres desparramando sobre ellos su benéfico poder. Vean conmigo los poderosos mástiles blancos clavados sobre el suelo verde y recortados en el azul profundo del océano. Brillando en el horizonte. Reflejando los rayos del poderoso sol. Dando vida a la utopía de vivir sin contaminar, sin hacerle daño a nuestra madre que nos permite existir en ella.
¿Es bonito, verdad? Una historia con final feliz. Como la que podría tener lugar en cierta ciudad que yo me sé, si en la desembocadura de cierto río que yo me sé, se construyera cierto parque eólico que yo (y seguro que ustedes también) puedo imaginarme. Al fin y al cabo, ¿hay algo que sobre más en la ciudad en la que estamos pensando que el sol y el viento? Posiblemente sí lo haya y sean los precios excesivos de la electricidad. Seguro que ya han hecho la conexión mental que trato de transmitirles. Imaginen decenas y decenas, centenares, de enormes molinos desde Bocas de Ceniza hasta el Castillo de Salgar. Girando y girando, dándole electricidad barata y limpia a la ciudad. Imaginen, que imaginar es gratis. Ahora piensen en miles de placas solares en las terrazas de nuestros edificios. ¿Por qué no? Tal vez porque el viento es demasiado poético. Tal vez porque la luz es demasiado etérea. Tal vez porque todos tenemos lo que nos merecemos y los pueblos que, siendo libres para elegir, son pobres seguramente es porque hayan elegido serlo. Aunque les duela reconocerlo.
La utopía que yo imagino es una Costa Caribe cuajada de edificios blancos alimentados por el sol, en la que circulen como relámpagos trenes de alta velocidad a los que dé vida el viento, en la que los puertos dejen de exportar petróleo y carbón y se reciban millones de turistas a los que inundemos con frutas tropicales. Es una utopía, cierto. Precisamente por ello merece la pena tratar de alcanzarla.
@alfnardiz
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