No sé qué pensará usted, pero yo estoy convencido de que el arzobispo de Cali no dijo que los padres de los niños abusados por un sacerdote, eran responsables porque los habían descuidado. Ese pobre argumento se le debió ocurrir al abogado de la curia para restarle validez a la pretensión de la familia que exigía una reparación de nueve mil millones de pesos. Es el argumento de un tinterillo, no el de monseñor Monsalve.
Pero vaya usted a corregir, aclarar o rectificar lo que han dicho los periódicos y sus periodistas y que han comentado sus respetables columnistas. La gente no está leyendo para informarse, sino para confirmar lo que quiere creer.
Pasó así con la información que se leyó en la reciente campaña presidencial de Estados Unidos: el Papa apoya la candidatura de Trump. La noticia, aunque sonara absurda, tuvo un millón de seguidores, porque eso era lo que ellos querían creer o rechazar. No era una gente que buscaba la verdad, sino que quería creer, en el primer caso, que la Iglesia encubre al cura pederasta y desprecia a las víctimas, o en este, que el Papa apoya al candidato millonario.
Estos eran los hechos que tenía sobre mi mesa para escribir, el día del periodista, una columna que pensaba titular: “¡Sea periodista, vaya contra la posverdad!” que era tanto como invitar a llevarle la contraria a los gerentes y editores que sostienen que al lector hay que darle lo que él espera encontrar en su periódico, de modo que si quiere mentiras o verdades a medias, eso es lo que hay que darles.
Estaba en esos pensamientos cuando apareció el escándalo de la semana, el del millón de dólares para la campaña Santos. Tras la explosiva revelación del fiscal vino la perentoria rectificación del gerente de la campaña: ni un solo dólar de la empresa contratista Odebrecht había entrado a favor de Santos. Quedó en el aire la pregunta: ¿quién miente? Se complicó el problema con la posterior carta manuscrita de Otto Bula, primera fuente del escándalo. Ahora escribía: nunca afirmé que ese dinero hubiera entrado a la campaña Santos.
Entonces ocurrió algo significativo: cada quién creyó según su interés político. Quedó claro que la verdad es la que coincide con los amores o los odios políticos de cada uno.
¿Qué sucedería si la tal idea de los hechos alternos sustenta un régimen de posverdad en donde solo es verdad lo que le conviene al gobernante, con exclusión de la verdad de los hechos reales?
Con las naciones sometidas a la ausencia de la verdad y a la omnipresencia de la mentira sucede lo mismo que en los hogares en donde el macho alfa ordena: “Usted se calla”, porque la única voz y verdad es la suya; allí desaparecen la confianza y la unión, dos elementos indispensables para que una sociedad tenga vida.
Por tanto, sin confianza y sin unión, ¿es posible la gobernabilidad? Al faltar esta aparecen, para sustituirla, la imposición tiránica, la arbitrariedad y el desconocimiento de los derechos de las personas. Decía Simon Schama, un historiador británico citado por el New York Times que “cuando la verdad desaparece, también se ausenta la libertad”.
Esto explica por qué “jamás como ahora ha sido más importante el periodismo” En una civilización en que los poderes del dinero y de la política han avasallado la verdad, el periodismo es la única instancia que queda, capaz de liberar la verdad que libera, si logra volver a sus viejos hábitos de dudar, de verificar y de independencia de todos los poderes. Tal es el reto, para que no haya más verdades a la carta.
Jrestrep1@gmail.com
@JaDaRestrepo
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