En Colombia, no existe nada más apasionante que el fútbol, especialmente si de la Selección se trata. Nos emocionamos con cada partido, sufrimos con cada error y estallamos de alegría con cada gol. Cuando una fecha importante se acerca, estamos pendientes de cada movimiento y de cada nombre convocado, observando con lupa la trayectoria deportiva que le antecede a ese momento y criticando su desempeño integral con mucha atención. Literalmente, jugamos a creernos directores técnicos de talla internacional.
Sin embargo, gracias a nuestra insaciable sed de celebración, a muchos se les olvida que no solo hay que mirar al futbolista, sino que también hay que mirar al ser humano. No se trata únicamente de juzgar al ídolo, también es igual de importante fijarnos en el hombre que viste la camiseta.
Es por esta razón que, en vez de hablar sobre los aciertos y desaciertos futbolísticos que tuvo este pasado jueves nuestra querida Tricolor, un tema que en sí manejan mucho mejor, muchos más que yo, he decidido, luego de las declaraciones de la periodista Andrea Guerrero, dedicarle mi columna de esta semana a la decisión del Profesor José Néstor Pékerman de incluir en la convocatoria y en la titular a Pablo Armero.
Para aquellos que no lo sepan, aunque ya a este punto eso debe ser de conocimiento general, el inolvidable ‘Miñía’, ese que tantas sonrisas nos regaló en el Mundial de Fútbol de Brasil 2014, fue capturado el pasado 31 de mayo por haber agredido fuertemente a su esposa con una máquina de cortar cabello. Aunque la esposa lo perdonó y decidió volver con él, algo que es muy usual en nuestro país, a Armero le tocó pagar una multa de 1.500 dólares ante el Estado de Florida.
A pesar de esto, Pékerman decide convocarlo y le vuelve a dar el honor de representar a nuestro país en la clasificación de las eliminatorias para Rusia 2018. Creo profundamente, que eso sí que fue un error, pues el fútbol es el deporte de todos, es el sueño de nuestros jóvenes, es el primer amor de muchos de nuestros niños, es la escapatoria para tantos que desean una mejor vida y es un excelente medio para educar y dar buenos ejemplos. Y el jueves que pasó, lo que vimos en la cancha fue una muestra clara de la tendencia que tenemos en nuestra sociedad de celebrar hombres con excelentes aptitudes, pero con perversos valores.
El mundo no puede seguir premiando a aquellos que violan los derechos de los demás. No se puede seguir creyendo que lo uno no tiene nada que ver con lo otro. Si queremos que las nuevas generaciones tengan claro el significado de la palabra respeto, es vital condenar socialmente a aquellos que rompan vilmente las reglas. Un hombre que menosprecie a las mujeres no debería ser presidente de Estados Unidos, un actor que haya acosado cruelmente a dos mujeres no debería ganarse un Óscar y un futbolista que lastime a la madre de sus hijos no debería poder patear un balón en el nombre de su patria.
Pero lastimosamente, en este mundo, a veces a la lógica le gana el absurdo.
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