El Heraldo
Opinión

Un barco a la deriva…

Dramático e insólito, por decir lo menos, resulta que un barco de 164 metros de eslora, es decir, de largo, y 22 de manga, o sea de ancho, y con un peso de 11.200 toneladas se suelte de sus amarres y se vaya solito río Magdalena abajo, a la deriva, sin Dios, ni ley, ni timonel.

Ocurrió antenoche, y hoy la noticia está con seguridad en muchas portadas de periódicos, después de haber sido informe obligado de noticieros radiales y de televisión del país y del mundo. Lo que nos pone en la mira, y no precisamente como ejemplo de seguridad portuaria, aunque sea responsabilidad específica de un operador privado. El evento sucedió cuando el buque Tuvaq, atracado al frente de la Concesión Portuaria Novo Porto, se soltó del muelle en donde estaba y se deslizó por las rápidas aguas del más portentoso de nuestros torrentes hídricos.

Las autoridades marítimas y portuarias lo detuvieron, lo rescataron y por fortuna no pasó nada grave en el canal de acceso del puerto de Barranquilla, fuera de la restricción de maniobras de ingreso y salida. Tampoco tuvo un gran impacto en los otros puertos, ni sobre quienes trabajan en ese sector. Fue puro susto y una forma sorpresiva de probar la capacidad de reacción de la Estación de Control de Tráfico Marítimo y Fluvial de la Dimar y de los pilotos prácticos.

Pero el enigma existe. ¿Cómo se pudo haber soltado esa embarcación? ¿Por qué tiene tres años de estar fondeada allí si su uso ya no era el de navegar? La responsabilidad absoluta es de la empresa poseedora de la nave, que sin duda no quiso ni quiere que un hecho como este ocurra, pero ocurrió, y en un puerto tan importante, tan estratégico y con tan altos niveles de inversión y a la vez de riesgo.

No se conoce ni recuerda un hecho de esta magnitud de peligro en el puerto local. Que un barco de ese tamaño se suelte y avance solo –como un buque fantasma sin nadie que lo guíe y con el peligro de haber podido ocasionar una tragedia– es un hecho alarmante. En casos como este debe haber sanción ejemplar por la responsabilidad que demandan las operaciones portuarias, por la importancia que tienen en la ciudad y por la cantidad de empleos que producen los puertos.

Se sabe que el barco se soltó y alcanzó a deslizarse casi un kilómetro, 800 metros para ser exactos. Expertos explican que la fuerza que alcanza a desarrollar la motonave por su peso es alta –recuerden: 
11.200 toneladas–, sin precisar de cuántos nudos puede ser la velocidad. Venía de popa porque estaba atracada con la proa hacia arriba del río, y como la popa, que es la parte trasera, es más ancha, el daño pudo haber sido mayor. Una luz roja más que se enciende en el puerto, razón de ser del auge económico y empresarial de Barranquilla. Cabe aquí el viejo dicho marinero de “En noche cerrada, más vale vela aferrada”.

mendietahumberto@gmail.com

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