Un estadio que estrenaba una alfombra de grama no podía tener un maltrato como el que pretendió la selección de Bolivia. Con tantas vainas lindas como tiene Barranquilla para divertirse llegaron los bolivianos y no se les ocurrió otra cosa que elegir un Transmetro y meterlo en el Metropolitano.
El mejor castigo que podía tener semejante estrategia no era otro que una derrota. Y que se produjera con un guion tan dramático. Perder de penalti discutido, a siete minutos del final, que el portero lo tapara y que James rematara a gol el rechace. Eso duele mucho.
Hacía mucho tiempo que no veía la táctica del autobús en un partido de fútbol. Semejante estrategia, como casi todo en este deporte, la inventaron los británicos que la llamaron parking the bus, la copiaron fielmente, incluso la mejoraron, los italianos que la bautizaron con el nombre de catenaccio. Y algunos entrenadores españoles la pusieron en práctica bajo el nombre de ‘poner el autobús’.
Los bolivianos desconocen seguramente que a Barranquilla no se viene a sufrir sino a divertirse. Esta es la ciudad de la mamadera de gallo por excelencia y de la alegría de espíritu. Y también deberían saber que si alguien tiene que sufrir en un partido de Colombia son los colombianos, y ayer, concretamente, había dos ciudadanos que tenían que estar rezando porque todo fuera bien: el alcalde Alejandro Char y el gerente de Equiver, Juan Carlos Salamanca.
Los dos seguro que cruzaron los dedos, como hace Pékerman en cada partido, cuando vieron los nubarrones y cayeron las primeras gotas sobre el recién sembrado césped del Roberto Meléndez. Tanto esperar el momento para que la Selección estrenara la grama y resulta que el día D y a la hora H el cielo barranquillero amenazó con mandarse una de lluvias, después de más de tres meses sin hacerlo.
Pero el cielo respetó, el césped pasó la prueba y el alcalde respiró tranquilo. No Bolivia, que tuvo miedo, que vino a defenderse, que se plantó en Barranquilla con la táctica de hombre a hombre y el que sobra al ataque. Bueno, al ataque es mucho decir.
Parece mentira que una selección que no tiene opción de clasificarse para el Mundial de Rusia opte por jugar un partido encerrado en su área, renuncie a vivir y espere salir muerto por la mínima. El ‘cerrojazo’ o ‘amarrategui’, como también se ha llamado a la dichosa táctica, solo merecía perder de la forma que lo hizo.
Colombia mereció ganar por una diferencia más holgada, aunque quizás a su juego le faltó aplicar mayor velocidad a sus acciones. Esta vez, sin embargo, nadie podrá decir que Pékerman se quedó dormido y no presentó variantes. El técnico hizo de hacker e intentó descifrar de mil maneras la contraseña que abriera semejante muralla, pero los palos y el portero boliviano impidieron una victoria más sangrante y humillante.
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