El alivio colectivo era palpable el martes cuando amaneció en París y las autoridades confirmaron que el peor escenario del incendio de la catedral de Notre Dame no se había cumplido. La estructura del templo gótico con su icónica fachada no se derrumbó, muchas de las vidrieras medievales sobrevivieron a las llamas y, al parecer, la mayor parte de las obras de arte pudo ser rescatada a tiempo. Las imágenes de Notre Dame en llamas causaron un enorme impacto en todo el mundo, un mundo donde ya pocas cosas provocan tanta conmoción. Por la catedral en el corazón de París han pasado miles de millones de personas de todos los rincones del planeta a lo largo de la historia y aquellos que no la han visto en persona conocen la iglesia gracias a un sinfín de películas, novelas, fotos y cuadros.
Notre Dame es uno de los principales símbolos culturales a nivel internacional. Para los franceses, y especialmente los parisinos, va incluso más allá al constituir un monumento a la esencia del país. La capital gala últimamente ha sufrido varios golpes fuertes y muy simbólicos también. En noviembre de 2015, un grupo de terroristas islamistas asesinó a 137 personas en tres ataques simultáneos: el Stade de France, donde iba a jugar la selección nacional de fútbol contra Alemania; el Teatro Bataclan, durante un concierto de los Eagles of Death Metall; y varias terrazas callejeras, tan características de la vida parisina. Los objetivos no dejaban lugar a duda de que los extremistas querían golpear la libertad y el hedonismo de la sociedad occidental que detestan.
En los últimos meses un grupo de manifestantes violentos de los llamados “chalecos amarillos” provocó importantes destrozos en las tiendas y restaurantes de los Campos Elíseos y alrededores. Para los radicales estos lugares representan esa alta burguesía de la capital a la que culpan por todos sus males fuera de París. El presidente Macron quería presentar sus respuestas a las demandas sociales el lunes, pero lo impidieron las malas noticias del centro de París.
El incendio de Notre Dame –pese a conjeturas iniciales– parece haber sido ‘solo’ un accidente muy lamentable. Pero también permite una lectura en clave simbólica. El colapso del techo con su emblemática aguja tuvo un aspecto apocalíptico de derrumbe civilizatorio que concuerda muy bien con el pesimismo cultural que se extiende en Europa. Esta fragilidad de una catedral centenaria, que ha sobrevivido revoluciones y guerras, puede aplicarse a otros logros de la humanidad que mucha gente considera indestructibles. En estos tiempos acechan fuerzas políticas por doquier que pretenden incendiar las instituciones y el marco de convivencia, sean populistas antieuropeos de extrema derecha o extrema izquierda, nacionalistas y parecidos. No quieren reformar y mejorar lo que es mejorable sino volatilizarlo todo como el techo de Notre Dame. Esperemos que la conmoción internacional sobre las llamas de París sirva para recordarnos esta herencia común que merece ser conservada.
@thiloschafer
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