Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del domingo pasado ofrecen varias lecturas muy edificantes. Primero, por la participación en los comicios democráticos más grandes del mundo después de la India. Más de la mitad (50,5%) de los más de 400 millones de personas con derecho a voto en 28 países acudió a las urnas. Es la participación más alta en 20 años y la primera vez que el número de votantes aumenta desde que se celebraran las primeras elecciones europeas allá por 1979.
La ciudadanía europea ha demostrado que, pese a los malos augurios de los últimos tiempos, la Unión Europea sí que les importa. A pesar de sus muchos defectos, es el mayor área del mundo que comparte unos mínimos de valores democráticos y, a su vez, el mayor mercado interior del planeta. El renovado interés por las elecciones al Parlamento de Bruselas, que tradicionalmente movilizan menos gente a las urnas que los comicios nacionales en cada estado miembro, tiene varias explicaciones. Una es la amenaza de diversos partidos antieuropeos en los diferentes países, generalmente de derecha extrema. Han subido en votos y escaños, pero con unos 100 eurodiputados en una cámara de 751 están lejos de tener el peso suficiente para llevar a cabo su pretendido sabotaje de las instituciones europeas desde dentro. Aún así, los éxitos de la ultraderecha son muy preocupantes en algunos países, notablemente en Francia e Italia donde lograron ser primera fuerza. El triunfo del partido del Brexit del payaso de Nigel Farrage en el Reino Unido no importa, ya que su país está a punto de salir de la Unión y con él lo harán sus diputados.
Sin embargo, hubo muchos otros temas que llevaron a la gente, especialmente gente joven, a votar, como el medio ambiente, la protección de datos o la censura en Internet y la justicia social. Esto se manifiesta en la subida de partidos verdes en varios países, sobre todo Alemania, y otras formaciones. Entre todos han logrado arrebatar a las dos grandes familias políticas que han dominado Europa en las últimas décadas -conservadores y socialdemócratas- la mayoría absoluta que mantenían en el Parlamento de Bruselas y que solían imponer a los demás. A partir de ahora necesitarán del apoyo de otros, bien los liberales o los verdes, para aprobar leyes y normas que se aplican en toda la Unión.
Nada más cerrarse las urnas, los dirigentes europeos pasaron a las negociaciones y el mercadeo para repartirse los puestos en la nueva Comisión Europea y la presidencia del Banco Central Europeo. En el pasado, muchas veces los gobiernos nacionales mandaron políticos de segundo o tercer nivel a Bruselas. También existe el peligro que los jefes de gobierno 'puenteen' al Parlamento Europeo recién elegido para imponer sus candidatos. El renacido interés de la ciudadanía europeo por las elecciones del domingo se merece que los Gobiernos actúen con mucha más responsabilidad esta vez.
@thiloschafer
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