Las diferencias de los intereses de los habitantes de zonas rurales y la gente que vive en las grandes ciudades viene de lejos, desde tiempos del Imperio Romano. Con el crecimiento exponencial de las grandes urbes en las últimas décadas la división campo-urbe se ha acentuado cada vez más. Donald Trump no ganó en ninguna gran ciudad de Estados Unidos en las elecciones presidenciales de 2016. Ese mismo año, los habitantes de las principales ciudades del Reino Unido, con Londres en la cabeza, votaron en contra de la salida del país de la Unión Europea, el Bréxit. En Francia, los “chalecos amarillos” es gente del campo que llevan más de medio año protestando, a veces de forma violenta, contra lo que perciben como un trato discriminatorio por parte de las élites urbanas, especialmente los de la todopoderosa capital París.
Las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 26 de mayo, en muchos países también evidenciaron esta división demográfica. En Alemania, el Partido Verde fue la segunda fuerza más votada con el 20,5%, detrás de los democristianos de la CDU/CSU que obtuvo el 29% de los votos. Sin embargo, los verdes se llevaron la victoria en todas las grandes ciudades. Mientras, Alternativa para Alemania, el partido ultranacionalista y xenófobo, triunfó en muchas zonas rurales, especialmente en el este del país, todavía más pobre. Los verdes puntuaron con su agenda basada en la lucha contra el cambio climático y la contaminación en las ciudades, así como el alza dramática de los precios de alquiler de vivienda. AfD, por su parte, sacó provechó de temas identitarios, el miedo a la inmigración y el sentimiento de haber sido abandonado por los líderes políticos y empresariales en Berlín.
En Madrid, el partido de la alcaldesa Manuela Carmena obtuvo un 49% de los votos en el distrito Centro en las elecciones municipales que se celebraron a la vez que las europeas. Sin embargo, las fuerzas de la derecha suman para poder desbancar a la popular alcaldesa. Quieren acabar, o por lo menos modificar sustancialmente, la creación de una zona muy restringida al tráfico privado, algo que obviamente gusta a la gente que vive en el centro, pero no tanto a los de las afueras que se desplazan en coche.
A la gente que vive en los barrios céntricos de las grandes ciudades en Europa le resulta más fácil prescindir del coche y moverse en transporte público o en bicicleta que a los del campo. En el origen de la protesta de los “chalecos amarillos” estaba la subida del impuesto sobre el gasóleo por motivos medioambientales, algo que suena sensato a la clase urbana, pero que repercute sobre todo en los bolsillos de la gente del campo que depende de su vehículo. Estas discrepancias crecientes presentan un gran desafío. No conviene hacer política pensando sobre todo en un público determinado. Es importante definir intereses comunes, como la amenaza del cambio climático que afecta a todos, y repartir el coste de hacer frente a estos retos enormes entre todos.
@thiloschafer
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