Este año no he vuelto con propósitos demasiado originales para 2019, quizás debido a la distracción por los encantos de la maravillosa Georgia en el Cáucaso. Esencialmente, trataré de vivir algo más saludablemente –pero sin pasarse–, aprender cosas nuevas, ser más amable con los demás… vamos, lo que se propone mucha otra gente. Una novedad es que me he propuesto firmemente reducir el uso y consumo de redes sociales en la medida de lo posible. De hecho, hace ya algún tiempo que Twitter y Facebook han dejado de llamar mi atención como hacían antes, como habrá notado mi pequeño pero fiel séquito de followers.
Como si necesitara una confirmación para mi buen propósito, esta semana llegó la noticia de que Robert Habeck, colíder del Partido Verde en Alemania, va a dejar de usar Twitter y Facebook. No es el primer personaje público que se ha borrado de las redes. Lo han hecho numerosos actores, músicos o deportistas –aunque a los políticos y periodistas nos cuesta más por motivos profesionales, por no mencionar a los llamados influencers que han hecho de las redes sociales su forma de vida–. Todos los ‘renegados’ ya no aguantan las avalanchas de críticas, insultos y amenazas que provocan sus comentarios de vez en cuando en redes, las “tormentas de mierda” (shitstorm) que algunos medios perezosos además aprovechan para convertir en noticia.
Pero Habeck añade otro argumento: al renunciar a Twitter quiere protegerse a sí mismo. Recientemente, el dirigente verde, partido en auge en el país de Angela Merkel, ha publicado mensajes muy desafortunados en redes, como su insinuación de que en el estado federado oriental de Turingia el nivel democrático deja bastante que desear. Habeck, un escritor que estudió filosofía, hace autocrítica por estos errores pero va más allá. “Twitter me hace más agresivo, más estridente y polémico”, dijo. Y tiene razón. Conozco a personas que en privado parecen mansos corderitos pero en la red se convierten en matones de barrio. Es como conducir en coche. Detrás del volante mucha gente desarrolla una agresividad que nunca desplegaría en un bar o en una cena privada.
Donald Trump haría bien en seguir el ejemplo de Habeck para protegerse a sí mismo y al resto del mundo de sus impetuosos tuits desde la cama a primera hora de la mañana y que a menudo tienen un alcance importante, como el anuncio de la retirada de tropas estadounidenses de Siria. (También es verdad que el presidente de EEUU no es mucho más reflexivo y contenido cuando pronuncia discursos televisivos pre escritos).
Quizás la solución sería un mecanismo de revisión en la aplicación de Twitter, ya que uno de los problemas es la inmediatez con la que la gente responde. El usuario puede prefigurar en la app un retraso de 10, 20, 30 minutos o más en las que se le vuelve a preguntar si realmente quiere publicar lo que acaba de escribir. Ténganlo en cuenta en caso de que les apetezca comentar esta columna en Twitter.
@thiloschafer
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