Princesas, elefantes, brujas, hombres arañas, conejos, futbolistas y toda clase de personajes recorrían las calles en muchos lugares del mundo el pasado martes 31 de octubre. En Manhattan, sin embargo, la amenaza de hacer un truco a quien no les diera dulces se silenció por una amenaza de otras proporciones. Una vez más un conductor de una camioneta entró a un concurrido carril. Su arma era él, su carro. No habían armas letales ni granadas. Embistió a todas las personas que encontró a su paso dejando el saldo de casi una decena de muertos y otra más de heridos. Los medios lo han anunciado como el atentado más grande ocurrido en Nueva York después de la caída de las Torres Gemelas.

La camioneta chocó contra un bus escolar, el hombre salió corriendo por las calles apenas con una pistola de perdigones en una mano y una de pintura en la otra, gritando “Dios es grande”. Un policía le disparó y le puso fin a la historia. En julio del año pasado un camión chocó con una multitud en Niza, Francia. A su paso dejó unos 85 muertos y más de un centenar de heridos. Meses más tarde, en diciembre, la historia se repetía. En aquella oportunidad fue en un mercado navideño en el centro de Berlín. Esta vez el violento conductor dejó una cifra de 12 muertos y casi 50 heridos.

En marzo de este año el turno le tocó a Londres. El conductor arrolló a las personas que se encontraban en el puente Westminster y asesinó con su vehículo a varios. Luego se bajó del carro y cuchillo en mano terminó su faena. En abril ocurrió en Estocolmo. Un camión recorrió una de las principales calles peatonales de la ciudad y dejó cuatro víctimas mortales y al menos 15 heridos. En agosto pasado el mundo se solidarizó con Barcelona cuando una furgoneta pasó por encima de la gente en el emblemático sector de Las Ramblas. El conductor, en su voraz paso, dejó una lista de 13 personas muertas y más de 50 heridas.

Berlín, Londres, Suecia, París, Barcelona, Nueva York, Niza, Montreal. Una larga lista de atentados perpetrados con el mismo modo de operar. Su característica más común es la simpleza. El impacto es garantizado. El terror, en estos casos, es una apuesta que no se pierde. Nadie sabe cuándo vuelve a ocurrir y todos saben que no hay estrategia que pueda protegerlos. Después de los indiscutibles avances tecnológicos del siglo XX y la perfección de las armas de guerra, el terror se ha vuelvo casi doméstico. En este tipo de atentados no hay discusión sobre las políticas de acceso a armas que cobre sentido. Una multitud, un vehículo y un conductor, es todo lo que hace falta. En cualquier lugar, cualquier persona, en cualquier momento. La formas de la muerte siempre se reinventan a lo largo de la historia. A veces se sofistican, otras –quizá su manera más letal– es cuando se vuelven más primarias, más cotidianas. 

javierortizcass@yahoo.com