¿No se han fijado ustedes lo bien que describe una sociedad su gremio del taxi? Conociendo a los taxistas de un pueblo uno se puede hacer una idea bastante clara acerca de cómo es ese pueblo, qué va bien, qué va mal y hacia dónde se dirige como todo. Por supuesto, la imagen que nos dé el gremio del taxi siempre será un reflejo distorsionado de la sociedad de la que dicho gremio sea parte, pero, aun y en la distorsión, es posible encontrar el recuerdo de la imagen real. O sea, que escuche usted a un taxista durante un par de carreras largas y tendrá un resumen bastante aproximado de la ciudad y del país en el que se encuentra.
Por ejemplo, cualquiera que decida ir a Madrid y se suba a un taxi no tardará en descubrir que, por contraste con la mayoría de los latinoamericanos, el español es bastante directo y concreto, cortante muchas veces, grosero (desde la perspectiva latina) no pocas de ellas. Carente de los formalismos que aún se respetan en América y poseedor de un espíritu práctico bastante ajeno a las costumbres más retóricas del latino. Si el iberoamericano fuera un florete que te pincha tras hacer mil florituras, el español sería un espadón de caballero medieval que te aplasta el cráneo antes de siquiera decirte buenos días, cómo está usted, aquí tiene dos palmos de acero toledano en entrega especial, bellaco.
Pues en Barranquilla los taxistas ayudan mucho para conocer al personal. Que siempre ofrecerán una imagen exagerada y en exceso marcada en los extremos de la barranquilleridad es algo innegable, pero que en ese exceso reside no poca verdad es algo que tampoco creo que sea posible negar. Por ello, me resulta tan interesante el fenómeno que vengo observando de un tiempo a esta parte entre el grupo de taxistas con el que acostumbro a desplazarme por esta urbe de tráfico enloquecido. ¡No paran de hablar de política!
Mi buen Atilano y su compadre Pablo comparten con otros taxistas un chat de grupo en el que pasan el día lanzándose comentarios políticos a favor y en contra de los partidos y líderes que unos y otros defienden. Basta con que uno ensalce a Petro para que otros se burlen, que uno apoye a Duque para que otros lo critiquen. La igualdad y la libertad, la propiedad pública y la privada son conceptos que se deslizan en sus notas de audio con, en ocasiones, una profundidad que ya quisiera yo en mis alumnos. ¿Y saben qué? ¡Que me parece maravilloso! Pues, si aceptamos la premisa de que los taxistas representan a su sociedad, que estos taxistas se comporten así demuestra que Colombia cada vez más le está perdiendo el miedo a opinar de política, que Colombia cada vez más acepta las opiniones contrapuestas y tolera la crítica, que Colombia, en definitiva, es cada vez más un país normal. Y no hay cosa mejor en este mundo que ser un país normal.
Por supuesto, hay líderes asesinados, hay violaciones de derechos, hay injusticias flagrantes. Pero ahora se habla de ellas, ahora la gente se calla cada vez menos, ahora un grupo de taxistas debaten como hace unas pocas décadas posiblemente no se hubieran atrevido a debatir. ¡Demonios, eso es democracia! Y me gusta.
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