Votar en blanco
Votar en blanco no tendrá un efecto jurídicamente vinculante, pues nuestro sistema de elecciones solo le da validez a las dos votaciones más altas de la primera vuelta y en este caso, el voto en blanco no estuvo ni cerca de serlo. Sin embargo, el voto en blanco es un derecho que nada tiene que ver con la idea de “tibieza” política que le han atribuido, por el contrario, es un mensaje que denota un fuerte rechazo al panorama actual. El riesgo de denegar este derecho es que las personas terminen perdiendo su voluntad de manifestar su opinión a través del voto, aumentando la gran abstención electoral que suele sufrir el país.
Estas elecciones dejan claro que las decisiones políticas desde lo ético y lo moral marcan un inmenso margen de confusión que tienen al país en medio de un colapso. Dentro de esta ansiedad generalizada donde muchos no saben por quién votar o cómo elegir entre el menor de los males, se ha buscado socialmente -e incluso legalmente- acabar con el voto en blanco como una alternativa para expresar el inconformismo por la actual crisis de liderazgo. Es válido ante la coyuntura que enfrentamos elegir la opción más razonable para procurar las libertades económicas, pero lo cierto es que el derecho a expresar libremente el malestar social no puede desconocerse cuando lo que puede estar en juego finalmente son los derechos civiles y políticos.
Los ciudadanos inconformes cuya moral e ideales no se ven ni remotamente representados por los candidatos actuales a la presidencia, tienen derecho a votar en blanco sin que nadie les exija socialmente que escojan entre uno de los candidatos al que sea menos malo. La política de este país nos ha llevado al cinismo crónico donde las convicciones y la idea de un proyecto de país serio pasan a segundo plano, como siempre, por ideas pragmáticas o de polarización que ni a mediano ni a largo plazo le han dado la oportunidad al país de transformarse políticamente. Las dinámicas políticas de cara a segunda vuelta han llevado a líderes políticos y a los ciudadanos a la creencia de que no se puede manifestar el disentimiento de la población frente a determinados proyectos políticos que lejos de sentirse representados sienten un absoluto rechazo a sus propuestas.
Desde la realidad electoral es cierto que cualquier voto es definitivo, como también es verdad que haciendo un análisis desde los resultados de las pasadas elecciones y de la tendencia marcada en las encuestas, el voto en blanco puede tener un efecto directo sobre los resultados de las elecciones del 19 de junio. Pero ¿Qué pasa con aquellos cuyo criterio les impide hacer una elección? ¿Es más inmoral votar por alguien que rechazas a votar en blanco con las consecuencias que ello pueda tener sobre el futuro del país?
Este dilema podría tener una salida fácil para muchos, esto es, que primero el país que cualquier idea, convicción o interés personal. No obstante, para un grupo de personas que en las encuestas representan al 5% de los potenciales votantes, esta decisión es más compleja toda vez que choca con sus valores y principios, y a estas personas su derecho a votar libremente no se le debería cuestionar con la vehemencia que se está haciendo.
Votar en blanco no tendrá un efecto jurídicamente vinculante, pues nuestro sistema de elecciones solo le da validez a las dos votaciones más altas de la primera vuelta y en este caso, el voto en blanco no estuvo ni cerca de serlo. Sin embargo, el voto en blanco es un derecho que nada tiene que ver con la idea de “tibieza” política que le han atribuido, por el contrario, es un mensaje que denota un fuerte rechazo al panorama actual. El riesgo de denegar este derecho es que las personas terminen perdiendo su voluntad de manifestar su opinión a través del voto, aumentando la gran abstención electoral que suele sufrir el país.
@tatidangond
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